Artillero Velazco: A 15 años de un geselino campeón mundial de box

En mayo de 2003 Héctor Velazco cristalizó el máximo deseo de todo boxeador: ganar un título internacional. Lo consiguió tras noquear en el mítico Luna Park al húngar Andras Galfi. El recuerdo de esa pelea y de la vida misma del Artillero en este capítulo del libro “Historias de Villa Gesell”.

Por Juan Ignacio Provéndola | Si el boxeo tuviera que resumirse en un instante supremo y sagrado, ese sin dudas sería el momento exacto en el que el puño acierta en el blanco. Del contacto entre un guante y un cuerpo pueden salir miles de sonidos diferentes, pero al golpe certero lo define una música inconfundible que revela su perfección. Rodolfo, experto yesero, creía que el golpe era como la fragua: no basta con disponer de los materiales, también es necesario saber cómo usarlos y en qué momentos. Por eso no le gustaba que sus pupilos se desesperaran por hacer guantes, como si acaso el boxeo se resumiera en revolear piñas porque sí. Creía que, antes de trompearse con un ajeno, el boxeador debía primero enfrentarse con uno mismo. Desarrollando movimientos, identificando limitaciones y corrigiendo imperfecciones es como uno logra conocer su propia utilidad.

Después de estar levantando la basura de la ciudad entera con el camión recolector durante toda la madrugada, a Héctor solo le interesaba ponerse los guantes y sacudirse con alguien durante un buen rato. Rodolfo no quería negarse, pero tampoco conceder. Entonces decide subirlo al ring improvisado y, en secreto, le da a su contrincante del momento unos guantes con los puños tajeados, viejo ardid para herir la piel del rival. Y logra su objetivo: Héctor termina con un pómulo reventado. Una lección en público, a la vista de todos. Pero él nunca lo sintió como una humillación. “Volví al otro día para desquitarme y, a partir de ahí, Rodolfo empezó a tomarme en serio”, recuerda el Artillero Velazco. Había superado su primer obstáculo: perderle la vergüenza a la sangre y al dolor propio.

Héctor Velazco nació el 20 de mayo de 1973 en el Avellaneda pero fue anotado en la Villa dos años después, cuando sus padres se mudaron gracias a un terreno que Carlos Gesell les regaló cerca del Terminal para aumentar la población estable de la zona sur del pueblo. Los primeros pesos los hizo vendiendo junto a sus cinco hermanos el pan que su mamá hacía en un horno de barro casero construido por un abuelo. También fue peón de obra, cocinero de pizzería y cualquier otra cosa que le permitiera darle una mano a su familia. ¿Sueños? Solo cuando dormía. Es que no había mucho que alimentara su imaginación: llegaba muy cansado de trabajar como para jugar a la pelota, los libros eran placeres de gente con tiempo de ocio y la televisión apenas pasaba dos canales de Mar del Plata. Hasta que un día vio una película que le cambió la vida: Rocky IV. La de los combates con el soviético Iván Drago en plena Guerra Fría. “La ví y me enloquecí. Quería ser boxeador como sea, pensaba todo el día en eso y me imaginaba peleando en un ring. Hasta escribí “Velazco campeón” en el cemento fresco de una obra sobre el Boulevard”, cuenta.

Debajo de las tribunas del estadio de Atlético Villa Gesell se había montado un pequeño gimnasio de boxeo dirigido por Rodolfo Pereira, quién contaba entre sus credenciales con algunas peleas profesionales en la década del ’70. Ahí fue donde Velazco empezó a depurar su estilo, viéndose simultáneamente en el espejo de sus admirados. “Locomotora Castro era un guerrero pegador; Monzón, un noqueador nato; Nicolino Locche, el maestro del esquive; y Sergio Víctor Palma un gran intelectual. Aunque el más completo que ví en mi vida fue Ubi Sacco”, enumera. Velazco debutó al poco tiempo como amateur y rápidamente generó murmullos en el pugilato zonal. El apodo de Artillero se lo puso Bocha Rivas, exboxeador geselino, tras una sangrienta riña en la cual Velazco aplastó a un invicto marplatense.

Después de seis años en el amateurismo, llegó el turno del campo rentado. Fue el 7 de septiembre de 1996, en Gesell, ante José María Escobar, ejemplar de la ciudad de Moreno. La pelea estaba pactada a seis asaltos, aunque a Velazco le bastó la mitad para noquearlo. Terminó el año con dos victorias más, también de local y antes del límite, y luego hizo su primera pelea fuera de la ciudad. Que también fue su primera derrota, ante Jorge Arias, en el caluroso verano porteño de 1997, por descalificación. Pero fue apenas el traspié previo a una racha de once victorias seguidas, incluidas varias oportunidades en “Knock Out 9”, un exitoso envío televisivo que organizaba y transmitía peleas y que le servía de vidriera a los nuevos profesionales. Ahí comenzó su acercamiento con Osvaldo Rivero, productor del ciclo y uno de los promotores más importantes del país. Esa nueva sociedad supuso el comienzo de muchas cosas, también el fin de algunas otras.

La decisión más dolorosa fue el alejamiento de Rodolfo Pereira, quién sentía que le estaban sacando de sus manos el talento más preciado de todos sus pupilos, o al menos el único con el que se permitía ilusiones en grande. “Con Rodolfo estuvimos nueve años, viajamos mucho y aprendí un montón, pero para no quedarme en el fondo y poder crecer sentí que era necesario irme y hacer otro camino”, explica el Artillero, que empezó a entrenarse en Pinamar y en Mar del Plata a la espera de la chance por alguna corona.

La primera oportunidad llegó el 21 de julio del 2000, cuando venció por puntos a Ramón Brítez en el Polideportivo de Gesell y le arrebató el cetro OMB Latino de los Medianos, que defendió exitosamente un año después ante el brasilero Rogelio Cacciatore en el viejo depósito del Expreso Castellanos.

Comenzaba la proyección internacional de Velazco. Su nombre era mencionado en las negociaciones con otros promotores y en los lobbies ante directivos de organizaciones boxísticas, mecanismos habituales para definir los aspirantes de las peleas por los grandes títulos. Las deliberaciones de oficina tuvieron sus frutos: el 10 de mayo de 2003 le llegó la chance mundialista como protagonista de una pelea por una corona en el mítico Luna Park. Héctor se preparó durante siete meses corriendo por la arena, nadando en el mar, haciendo ensayos de 15 rounds, guanteando con excampeones mundiales como Locomotora Castro, Marcelo Domínguez o el Zurdo Vázquez y hachando troncos hasta dejarlos en astillas. El trabajo se notó en su cuerpo y también en el de András Gálfi, un adonis húgaro que recibió el duro azote del geselino desde el minuto cero y terminó rogándole a su entrenador que tirara la toalla antes del octavo round porque ya no podía mantenerse consciente.

El Artillero se consagraba campeón de los Medianos en la OMB en el Luna Park y los diarios ya lo comparaban con el otro célebre puño de la categoría: Carlos Monzón (“tiene su estampa, pero con una dinámica y una variedad superior”, señalaba Clarín). Al volver a Gesell, contó el dinero ganado. “Eran diez mil pesos. El uno por ciento de una pelea millonaria. ¡Una miseria! Agarré esa plata y contraté a un par de albañiles para hacer mi casa. Los ladrillos, las aberturas y el techo los conseguí por canje publicitario, mientras que un corralón me dejó algunos materiales al costo”.

Una tarde, mientras hombreaba bolsas de cal para construir su casa, lo llaman y le anuncian su primera defensa como monarca: sería en Berlín, ante el zurdo Bert Schenk. Pero cuatro días antes de la pelea el retador acusó una lesión y fue sustituido por el novato Félix Sturm, también alemán, aunque diestro. El detalle no es menor: la mano hábil del rival es una información clave para preparar una pelea, casi la más importante. La desprolijidad despertó sospechas en Velazco, quién fue presionado por su entorno deportivo y comercial para aceptar el reto de alguien completamente diferente a quien había planeado enfrentar.

Es común en el boxeo (y especialmente en las peleas por títulos mundiales) que el púgil local goce de algún tipo de beneficio arbitral. Por eso el visitante debe trazarse el complejo objetivo del nocaut si quiere superar por arriba esas suspicacias. Velazco no tuvo tiempo para trabajar una estrategia sólida que le permitiese aspirar a un KO y se la jugó en las tarjetas después de dominar en algunos pasajes de los doce rounds. El fallo fue dividido y estrecho, aunque finalmente favorable a Sturm. La victoria habilitó al alemán a enfrentar tres meses después al legendario Oscar de la Hoya, lugar que probablemente hubiese ocupado el Artillero si vencía en Berlín.

“Fue una desilusión enorme. Me preparé tres meses para enfrentar a un zurdo y faltando cuatro días me cambian por un diestro que ni conocía. Encima, me dejaron tirado en Alemania, corriendo toda la semana previa con la misma ropa, porque ni mi entrenador ni mi promotor me querían pagar el lavadero con los diez mil euros que les habían dado para mis gastos”, acusa Velazco, señalando a su entrenador del momento y a su promotor.

El Artillero nunca pudo superar aquella frustración. Su regreso al ring fue nuevamente en el Luna Park, donde tenía todas las tarjetas a favor pero cayó por nocáut técnico cerca del final. Luego volvió tres veces a Alemania, aunque ningún sin éxito. Y el quiebre decisivo llegó en julio de 2008.

Mientras ayudaba al Pigu Hernán Garay en su preparación para pelear por el título Semipesado de la AMB en el Luna Park, Velazco se enteró tres días antes que él estaba incluido entre los combates preliminares de aquella velada. “Supe que peleaba casi de casualidad. Tuve que bajar seis kilos para dar con la categoría, porque estaba fuera de forma, así que durante esos pocos días solo comí cuatro manzanas. Llegué al pesaje con lo justo y me caí desmayado en la vereda del Luna Park mientras iba a comprarme una botella de agua”, recuerda Héctor.

Fue pan comido para el venezolano Gusmyr Perdomo, campeón Fedelatín de la AMB. “Nunca me sentí tan débil. En el primer round me jugué con cada golpe pero no embocaba ninguno y encima me comí todas las contras. Caí dos veces y llegué al rincón aturdido. En el segundo, salí y tiré un derechazo a matar o morir, pero fallé nuevamente y aterricé en el piso. Cuando me levanté, el venezolano me conectó un zurdazo y se acabó la pelea. Estaba tan mareado que no tuve tiempo ni de pensar en la vergüenza que estaba pasando”.

El Artillero tuvo muchas noches que jamás olvidará, pero esa le cambió la vida para siempre. Sintió que, apenas cinco años después de consagrarse campeón mundial, había perdido toda la dignidad dentro del ring. Entonces propuso la revancha más allá de las campanas, buscando la mandíbula de los poderes comerciales que hacen del deporte de los puños un terreno de inversiones, intereses y manipulaciones en perjuicio de su obrero genuino: el boxeador.

“Los promotores y los entrenadores suelen ser cómplices para pagarnos dos mangos y quedarse con todas las ganancias. Tipos como ellos manejan el negocio y hacen que nos caguemos a piñas sin hacernos aportes sociales ni jubilatorios. Y siempre terminamos tirados y sin un peso”. Una lucha quijotesca contra el manejo arbitrario de las peleas, las bolsas, los contratos, la televisación y el uso de los derechos de imagen es la que lo alentó a surcar el inédito camino de las defensas de índole gremial en el pugilato argentino.

Convocó a boxeadores activos y también a excampeones como Sergio Víctor Palma, el Roña Castro, Látigo Coggi, Martillo Roldán o Marcelo Domínguez; también se juntó con funcionarios, redactó un proyecto de ley para regular la actividad laboral del deporte y realizó varias marchas y eventos para difundir. Así surgió ADEBOAR, la Asociación en Defensa de Boxeadores Argentinos. Un organismo que, como nunca en la historia, ataca y pone contra las cuerdas a los marionetistas silenciosos del boxeo, aquellos que hacen negocios millonarios sobre la debilidad e indefensión de muchos deportistas.

Dos años después de su retiro, Velazco se dio el gusto de realizar una última pelea por un título. Fue en Ghana, invitado por una nueva organización que no era reconocida por las otras, lo que le valió una sanción de la Federación Argentina de Box. “Ellos decían que era un organismo trucho, pero yo lo hice porque necesitaba la plata y además me interesaba conocer África” se defiende el Artillero, ahora sin guantes. “En todo caso, mi pelea principal ahora está al otro lado del ring, tratando de ganarle al vacío legal que enriquece a los entrenadores y a los promotores de una actividad en la que parece que nosotros sólo nos dedicamos a molernos a palos. Pero el boxeo es, como dicen algunos, el noble deporte de los puños. Lo definiría en cuatro palabras: ataque, defensa, ciencia y eficacia. Es un arte que se aprecia después de mirarlo y entenderlo, pero también de vivirlo y sufrirlo”.

MIRÁ UN RESÚMEN DE LA PELEA ENTRE VELAZCO Y GALFI EN EL LUNA PARK