Aguavivas Geselinas V: Desde el Norte

El verano es época de invasión. Desde turistas, hasta sombrillas, carpas y demás dispositivos para aplacar al caluroso viento norte. Hasta que intempestivas ráfagas del sur dejan a la playa desierta. O casi.

Por Mariano Arribillaga

A los ojos de todos los que lo rodeaban, se veía algo así como desubicado, con su roja campera liviana arriba de la remera verde y los pantalones de jogging. Su unica concesión a la moda veraniega eran unas gastadas ojotas que parecían tener miles de kilómetros de arena bajo sus limadas suelas.

Evitó una mueca de fastidio al bajar del médano. Era época de la Invasión nuevamente. Decenas de sombrillas, carpas y demás dispositivos para aplacar al caluroso viento norte le semejaban una abigarrada conjunción de verrugas multicolores atacando la piel marrón de la playa.

Su vista se centró, lejana, bien al sur sobre la costa. En su fuero interno esperaba lo inevitable casi con regocijo: el calor del ambiente había comenzado a molestarle debajo de toda su indumentaria.

Podía o no haber gastado unos minutos en la pantalla de la computadora observando lo que un servidor a miles de kilómetros dictaba sobre esa tarde en esa playa. Pero solo le bastaban los años para darse cuenta: la masa gris oscuro de tormenta se acercaba implacablemente.

El caluroso viento norte dio paso repentinamente a unas intempestivas ráfagas heladas del sur. Toda la playa comenzó a evacuarse de manera súbita mientras las sombrillas asesinas volaban, arrancadas de la arena mientras algunos padres de familia jóvenes pugnaban por desarmar las carpas con la nerviosa rapidez que daba ese sentimiento parecido al miedo.

Con los años había aprendido a disfrutar del espectáculo. De esa inexplicable y ácida sensación de soledad que le generaba ver ese desalojo.

Pronto la playa quedó desierta. Solo las huellas del éxodo se mantenían, para ser borradas de a poco por la arena que volaba desde el sur…

Y él, ahí. Vestido para la ocasión.