Aguavivas Geselinas VI: Doblando la esquina

Entre calles maltrechas por la lluvia y la oscuridad de la noche, una inesperada aparición alienta intrigas y una reflexión inquietante: ¿cómo se enfrentan los demás al extraño y complejo idioma de la soledad?

Por Mariano Arribillaga

Suspiró aliviado cuando llegó al asfalto. Los pozos que eran el regalo de cada tormenta a las calles de arena se convertían en la tortura de la suspensión del bastante maltratado Volkswagen. Pero si algo lo enervaba, era avanzar a paso de hombre por calles cuya oscuridad incitaban a pisar el acelerador. Se acercó despacio a la esquina que daba a la avenida principal, pensando en que ya estaba llegando tarde, aunque su tardanza era algo autoimpuesto. Una cena a la que, sabía, llegaría primero.

Cerca de la avenida distinguió una silueta. Se trataba casi siempre del mismo proceso: miraba atentamente hacia adelante hasta encontrarse con una imagen que, conforme la distancia, se acortaba. Bien podía convertirse en algo familiar que terminaba por capturar su atención. O en el peor de los casos, alguna reminiscencia que le recordaba cierta tendencia a perseguir sombras en su mente.

En este caso, los pocos metros que habían entre su auto que se acercaba a la avenida y ella no le dieron tiempo casi a disfrutar ese proceso de una manera completa. Solo la vio unos segundos, cruzando la ancha calle bajo la luz mortecina de un farol. Su figura resaltaba sobriamente como en cada ocasión que podía recordar. El abrigo marrón y los pantalones oscuros enfatizaban esa imagen. Miraba pensativamente hacia abajo mientras se acomodaba el rebelde flequillo castaño con sus delicadas y largas manos de pianista.

Por un ínfimo instante se preguntó que haría sola cruzando esa calle, entrando al enorme y vacío café que aún permanecía abierto. Descartó la idea de la joven mujer solitaria tomando un cappuccino a altas horas de la noche en una ciudad desierta. Pero la imagen lo sedujo ligeramente. No en un sentido primario, sino en otro muy distinto.

Se preguntó como se enfrentarían los demás a la soledad. Especialmente luego de años de vivir de la manera contraria. Ese era un idioma que todos hablaban de maneras extrañas y ansiosamente complejas.

Dobló despacio hacia el norte por la antigua avenida del Comercio y, fiel a su instinto observador, dedicó una detallada mirada al café. Solo había una pareja mayor sentada absorta en la pantalla plana de un televisor, más las dos aburridas empleadas que se encargaban de cerrar. En el mostrador, una de ellas esperaba a la joven con dos tazas de café para llevar.

Volvió a centrar su atención en la despoblada avenida y aceleró para llegar a la cena. Una rara y sutil alegría comenzó a recorrer los recovecos de su mente. Por un momento clandestino había visto a una persona distinta a aquella que solía ver en reuniones de amigos. Algo había cambiado. Y más allá de la confusa niebla de la duda, no pudo ver nada parecido a la pena.

No estaba mal para un jueves gris.