Aguavivas Geselinas XIX: Ballenas

Nueva entrega de esta sección literario de PULSO GESELINO. En este caso, un relato en alto sobre alas, observando lo que difícilmente se pueda advertir al nivel del mar.

Por Mariano Arribillaga | Tan pronto las ruedas se despegaron del asfalto y las alas del pequeño avión mordieron el aire, el viento del noroeste lo recibió con ese lánguido apretón de manos que tienen aquellos poco dignos de confianza.

Fiel a su entrenamiento, bajó un poco la nariz quedando al ras de la pista y permitió que el aparato ganara un poco más de velocidad. Una ráfaga de viento lo obligó a bajar un poco el ala de la derecha mientras jugaba sutilmente con los pedales del timón para mantenerse sobre el eje de la fina línea de asfalto.

Se hallaba solo en la cabina, por lo que ascendía rápidamente. Quitó flaps y a los pocos segundos estaba fuera del circuito del aeródromo, buscando el Este y la costa.

Conforme iba tomando altura, la turbulencia de lo que había sido una cálida tarde vino a su encuentro de una manera un poco incomoda: los vientos que subían por las edificaciones costeras solían entorpecerle esos tempranos momentos del vuelo.

Se encontraba ahora sobre el límite norte de la ciudad, la cual le otorgaba una vista más que amplia de la misma. Miró hacia su derecha y concluyó que lo que le sobraba a esa imagen era una brutal honestidad: por las ventanillas de plexiglas se veían los chalets entre pinos y acacias del norte y los altos edificios de la costa, el asfalto de la zona céntrica y los boulevards, las casas bajas residenciales de la parte media y también las casillas de chapa, madera y ladrillo sin revocar de los asentamientos del sur, cercanos a la ruta interbalnearia; también los bosques frondosos de los extremos y las casas sin terminar de los barrios del gobierno. La belleza de lo bien hecho y los monumentos a la desidia y la estupidez política. Siempre las imágenes valían mas que las palabras, y a 2000 pies de altitud, no mucho podía refutarse.

El paneo de su vista le generó un bufido que prefirió contrarrestar recordando el propósito de su vuelo. Giró hacia el sur y siguió en ascenso, la leve turbulencia había desaparecido casi totalmente.

Tenía la sensación de estar a caballo entre la tierra y el mar, volando establecido justo sobre la línea de la costa. A su izquierda tenía la inmensidad azul verdosa del océano, a la derecha el amarillo amarronado salpicado de verde de los médanos y la tierra. Apenas un par de nubes altas se alejaban muy lentamente hacia el medio del Atlántico.

Siguió así por varios minutos, con el viento ligeramente de cola ayudándolo a alejarse del pueblo. A 4000 pies volvió a nivelarse y a ganar un poco de velocidad. Según sus conocimientos sobre el aparato que piloteaba, se acercaba a un buen nivel de eficiencia con respecto a consumo. Aunque lo que más le interesaba era volverse solo un punto para algún observador desprevenido.

El viejo Faro, ese que parecía siempre haber estado ahí ,y era probable que asi fuese, hizo su aparición casi repentinamente con su antigua estructura a rayas negras y blancas resaltando por sobre un monte elevado entre los médanos. Ascendió 500 pies más y esperó unos momentos, con los ojos puestos en la pequeña pantalla del navegador que tenía adosado por ventosas al panel de instrumentos.

Suspiró nerviosamente y acto seguido inició un giro a 90 grados: toda su vista se llenó con el Atlántico que tenía al frente y por debajo.

Hacía apenas un mes del vuelo anterior, un translado en bimotor a una altura inferior y una coincidencia causal  habían entremezclado la realidad con esos mitos que siempre rondaban y le atraían. El viento era similar y la hora y la luminosidad parecidas. Sus acompañantes no repararon en las sombras que el mar dejaba ver en esos mismos momentos, y el no tuvo intención de alertarlos. La idea y el enigma habían sido lo suficientemente poderosos como para haber dejado una marca dactilar en la pantalla de su GPS justo donde estaba viendo la mancha grisácea. La misma marca traducida a coordenadas que había puesto en pantallas de computadora, cartas en papel e impresos de mapas satelitales. A la cual iba acercándose a medida que el símbolo del avión se movía hacia la posición en la brillosa pantalla de la tableta, adosada a unas ventosas en el tablero, resaltando, casi desubicada entre los antiguos instrumentos del mismo.

De a poco se fue adentrando en el mar. A los pocos minutos la costa era un delgado trazo oscuro con el sol de la tarde sobre ella.

Un ligero cambio de sonido en la hélice lo hizo sobresaltar de una manera aterradora.. Si al motor se le ocurría plantarse, a esa distancia ya le era imposible llegar a la playa planeando. Y el frío invernal le daba pocas esperanzas de salir nadando de un eventual amerizaje afortunado. Pero la experiencia le decía que era solo un movimiento asociado a la turbulencia. Aún así las ganas de saber que era Eso, y la propia sombra de la idea lo habían llevado a quebrantar más de una norma pre-escrita para un monomotor sobre el mar.

La T de las alas hacia sombra en el agua, ahora de una tonalidad verde y azul. Se sentía cómodamente extraño entre tanta inmensidad y sin ningún tipo de contención. El orden natural de las cosas debía sentirse así, o al menos las búsquedas con un sentido propio.

El pequeño avioncito de la pantalla estaba apenas a media milla del punto de referencia cuando la flecha del vetusto pero útil radiogoniómetro que estaba en un cuadrante a su izquierda empezó a dar vueltas alejándose de la estación del aeropuerto y comenzó a marcar un sudeste oscilante, un poco a la izquierda de su curso.

Cambió la frecuencia del ADF pero el resultado fue el mismo, la movediza punta de la flecha indicando otro rumbo. Era raro, pero no por eso dejaba de ser parte de la escena.

Su memoria le recordó situaciones sobre las cuales había leído desde joven, con una particular sensación de estar recorriendo el mismo camino que otros.

Los edificios de la ciudad se desvanecían hacia el sur, y esta se fue volviendo una masa grisácea que colaboraba con la atemporalidad de todo el ambiente. Salvo por los instrumentos que lo guiaban y ataban al tiempo desde el cual había despegado.

El símbolo del avión de la tableta estaba sobre la marcación que había digitado esa otra tarde fortuita; afecto a los procedimientos, controló todos los indicadores del aparato, con mucha atención en los del motor y combustible, y acto seguido redujo la potencia, se irguió un poco mirando sobre el capot y comenzó un descenso en espiral suave. Intentando ver en todas direcciones sin que la propia aeronave presentara puntos ciegos por mucho tiempo.

Y por esas ironías de la modernidad y su precisión satelital., ahí estaba.

Primero fue una línea mas oscura que se engrosaba en parte hacia atrás, según la luz de la tarde y sus caprichosos juegos ópticos. Luego, conforme aumentaba el descenso, una forma parecida a lo que recordaba se dejo ver. Aún así lo primero que le vino a la mente fue la imagen de una ballena varada, algo muy distinto que aquellos lobos grises de las leyendas modernas.

Dejó que el Cessna alcanzase los 1000 pies y luego decidió bajar hasta los 300. Con suerte aquello que había hecho desviarse la aguja del ADF no iba a interferir con el buen funcionamiento del motor.  Ya estaba en el lugar y no podía, ni quería, echarse atrás.

A esa distancia la imagen dejaba pocas dudas. La ahusada silueta de la nave daba una amenazadora y fantasmal sensación de furtividad. No importaban la corrosión que horadaba el casco con manchones de peste naranjas y rojizos, ni lo escorado que estuviese.

La parte superior de la torre casi superaba la marea. Conjeturó que era probable que las fuertes tormentas que habían golpeado la costa desde el sudeste ya hacía varios meses, podían haber sido las culpables de que el lecho de moviese y el submarino hubiera vuelto casi a la superficie. Confirmando teorías y desechando mentiras convenientes.

La única verdad era la realidad, como había dicho el que los había traído.

Podía imaginarlo navegando,  la proa cortando el agua con espuma blanca mientras los oficiales observaban con binoculares en la torre y el cañón de proa basculaba con varios marineros al borde del mareo. Los servidores de las antiaéreas en la parte de atrás de la torre observándolo y siguiéndolo con las armas listas, como toda ave sospechosa que no merecía una inmersión de emergencia. Fotos mentales de una época ida y de historias que habían ido a continuar o terminar a unas costas perdidas al sur de cualquier parte.

Lo sobrevoló en círculos por unos minutos más, regodeándose en el secreto, pero el sol que avisaba con ocultarse hacia el oeste lo convenció de volver. Quizas retornarìa en otra ocasión. O Quizás no.

Puso proa al norte en ascenso sin mirár atrás. La escena debía ser la que había presenciado y no otra. No quería chocarse con la idea de volver a ver y que la vieja ballena de acero no estuviese ahí. Y que la sugestión fuese la culpable de una gran mala pasada.

Ahora su interés de hallaba en volver al vuelo normal, a la línea de la costa que ahora se le antojaba muy lejana. Los signos de la ansiedad hicieron su aparición: respiró profundo y dejó que el avión siguiera volando hasta que estuvo nuevamente sobre la playa.

El sol se ocultaba con destellos naranjas, amarillos y azules, el viento había desaparecido y el mar comenzaba a tomar una coloración azul oscura.  A lo lejos vio las luces del aeródromo desierto. Perdidas al fondo entre la iluminación de una ciudad que se preparaba para otra noche de invierno cualquiera.

Viró sobre el extremo norte del pueblo, con las luces de posición aún apagadas. La prolongación de la pista sobre la costa le recordaba veranos felices y personas que compartían sus leyendas. Y silencios que mantendría de momento.

Se aproximó despacio y  desde lejos, con el motor totalmente reducido y sin flaps,  de alguna manera creyendo en la furtividad de lo que había visto.

Las ruedas del aparato chirriaron apenas sobre el asfalto, un aterrizaje pasable, considerando que si no fuera por las balizas, la pista sería una ininteligible línea de nada a esa hora.

Entró a la calle de rodaje y cayó en la cuenta de que la flecha del ADF volvía a indicar la antena de la aeroestación. Mejor así.

Rato después se hallaba en la costa, a pesar del frío y la humedad. Intentando procesar lo que había confirmado, y esperando que el oscuro gris del mar mantuviera a la bestia oculta un tiempo más.

Al sentarse en el auto reparó en las hojas de papel que solía usar para anotar los datos de las navegaciones. Las coordenadas de su hallazgo estaban ahí, con grueso marcador rojo.

Arrancó ese pedazo de papel y mientras volvía, pensó en cual libro de los cientos de su biblioteca iría a esconderlo.

Porque si alguien escondía algo, era para luego volver a hallarlo.