Aguavivas Geselinas XVIII: El llavero

Otra entrega de esta sección literario de PULSO GESELINO. En este caso, un relato a medio camino entre la realidad y la ficción, en la cual Villa Gesell aparece como puerta de salida para descomprimir una situación tensa en la tribuna de un estadio de fútbol de Buenos Aires.

Por Juan Ignacio Provéndola | Entre las ridiculeces de nuestro fútbol se destaca la que prohíbe la concurrencia de visitantes con el pretexto de evitar hechos violentos. El objetivo nunca se cumplió, aunque a nadie parece interesarle dar marcha atrás. Salvo excepciones, los estadios terminaron convirtiéndose en elefantes blancos con tribunas semivacías, gradas de hormigón sin ocupar y la tristeza hecha norma. Perdimos todos.
Sin embargo, muchos simpatizantes igualmente se abisman a la aventura de ir en condición de visitante, ingresando a la cancha ajena de incógnito, camuflándose entre hinchas rivales y agudizando estrategias de supervivencia para no ser reconocidos.
Defensores de Belgrano, mi equipo, visitaba a Comunicaciones, cuya cancha queda a 15 minutos de casa, así que encaré para Agronomía. La tarde estaba hermosa, no me cobraron entrada y había lindo clima en la tribuna: mi humor estaba en alza. Por eso en el entretiempo compré una rifa a beneficio del club. Pero fue un exceso de confianza: algo en mí desentonaba y me delataba.
“Mal color elegiste para venir a ver a Comu”, me dice el flaco que vendía las rifas con voz firme y mirada fija en mi remera. La conversación empezó a ser merodeada por otros fulanos de la tribuna. Un nudo marinero me estranguló la garganta y sentí el sudor bañando mi frente. “El verde es de Excursio, amigo, y acá está todo mal con Excursio, ya lo debés saber.”
Mi remera era verde no por Excursionistas sino por un estampado del Increíble Hulk. Parecía una ironía: había ido a ver a Defe de incógnito y me confundían con un hincha de nuestro clásico rival. ¿Cómo explicarle que no era de Excursio, también fuerte rival de Comu, pero sin aclarar que era de Defensores?
Escondí las manos en los bolsillos para que no las notaran nerviosas. Y ahí mi salvación. Junto a las llaves del auto tenía el escudito de Atlético Villa Gesell, regalo que alguna vez me hizo mi amigo y presidente del Atle, Néstor Martínez. La sorpresa fue de todos. “¿En Villa Gesell juegan al fútbol?”, preguntó uno. Y se rió. Y yo reí. Y todos reímos fuerte, como amigos. Un silbatazo nos interrumpió: comenzaba el segundo tiempo. La atención se fue para otro lado y todo volvió a la normalidad. Comu le ganó a Defe en la última jugada, pero la principal victoria fue mía: salvé el cuero y me fui con la valla invicta.