Faro Querandí: el verdadero pionero de nuestra ciudad

En 1916, cuando Carlos Gesell era un vendedor de cochecitos para bebés, la Armada instaló una modesta baliza sin saber que estaba colocando la primera construcción de lo que luego sería Villa Gesell. Su inauguración final fue en 1922, 95 años atrás.

Por Juan Ignacio Provéndola | Si los faros sugieren rumbos con sus guiños parpadeantes, el Querandí tendrá por siempre el múltiple mérito de haberle zanjado el destino a una ciudad, su fundador y su población, y también a la increíble flora y fauna que a su alrededor fue alentando en el transcurso de casi un siglo. En 1916, la Armada Argentina emplazó una baliza a medio camino entre los partidos de General Madariaga y Mar Chiquita, en una maratónica instalación que incluyó la creación de otros 13 faros sobre los litorales marítimos de las provincias de Buenos Aires, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego. La fecha oficial de inauguración, sin embargo, data de octubre de 1922, cuando comenzó a funcionar el Faro Querandí con un alcance lumínico de 33 kilómetros bajo la construcción troncocónica de mampostería y una garita superior de 54 metros de altura y 276 escalones que así permanece hasta nuestros días.

Su nombre lo tomó de la comunidad aborigen que habitó en la región hasta principios del siglo XVIII (cuyo significado, dicen, es “hombre que se unta con grasa”) y la historia ubica al faro como la primera construcción de lo que recién años después se conocería como Villa Gesell, ya que en ese entonces ni siquiera don Carlos sabía de la existencia de esas tierras que tomará por propias a partir de 1930 tras concluir la conocida transacción con la familia Guerrero. Fue necesario en 1922 forestar las cuatro hectáreas circundantes al faro para proteger a este solitario vigía (el segundo más alto de toda la costa) de las furiosas inclemencias del viento que aún hoy sigue rezongando con ira en la cima de su mirador luminoso que, al igual que las franjas negras y blancas con las que esta pintado, sirven de referencia para los barcos que navegan estas costas.

Así, como consecuencia de esa necesidad, surgió inesperadamente un ecosistema increíble que con el paso del tiempo daría vida al maravilloso espectáculo natural que constituye lo que se conoce como la Reserva Natural Querandí, una banda de dunas vivas (de las últimas del mundo en estado natural) de 5757 hectáreas y 21 kilómetros de costas entre la Ruta 11, el Mar Argentino, Mar Azul y el límite con Mar Chiquita, sobre la que recién en las últimas décadas comenzó a haber particular reparo por su protección y preservación.

Como un oasis en el desierto, el bosque que rodea al faro asoma con un lunar verde con pinos, cipreses, álamos, aromos, acacias, tamariscos y frutales varios. Las dunas, por su parte, atesoran el misterio de las spartinas ciliatas (que Carlos Gesell utilizó en el norte para fijar médanos), tupés, boleos y juncos, tan solo algunas de las especies endémicas que solo habitan en ellas y que forman esos embudos que seducen a las lluvias y dan origen a los espejos de agua. Otra centena de ejemplares autóctonos y exóticos conviven con los otros moradores de la reserva: los casi sesenta reptiles, anfibios, mamíferos y aves que durante largo rato fueron amos y señores de esas zonas vírgenes y salvajes como el ostrero común (quizás el más visto de todos ellos) o la lagartija colorada y el chorlito canela, especies que escogieron esos médanos vivos como único hábitat en todo el mundo.

También se han visto yacarés, alacranes, zorros y ciervos, y sobre las profundas ollas cercanas a la orilla suelen circular distintas especies de tiburones como el bacota, el escalandrún, el martillo, el gatopardo o el cazón, quienes acostumbran a ofrecer peleas de horas y horas antes de ceder extenuados ante los pescadores más tenaces e insistentes, si no es que antes son encontrados yaciendo sobre la arena esperando que la marea vuelva a subir para devolverlos a las aguas de las que se extraviaron. Los caminantes pueden cruzarse también con caracoles de todo tipo y hay quienes aseguran que, hace largos años, se avistaron huesos de dinosaurios disimulados entre la arena.

Este espectacular ecosistema de subsuelo arcilloso (que funciona como esponja, resultando de esto un valioso reservorio de agua dulce que aflora excitada a poco de escarbar la arena) ofrece una importante función biológica en toda la región, ya que el cordón de dunas supone un freno al mar que, de otro modo, se comería a las playas como en una película de ciencia ficción… o como en las vecinas localidades del Partido de La Costa, Mar Chiquita, Santa Clara y Mar del Plata, en donde el agua suele avanzar sobre la arena a niveles que llegan a alcanzar los cinco metros anuales.

Oficialmente, toda la zona se convirtió en patrimonio del Municipio de Villa Gesell a mediados de la década de los ’80, no sin antes mediar un prolongado litigio judicial con particulares que reclamaban la posesión legal de las tierras. Diez años más tarde, el Concejo Deliberante aprobó la ordenanza que la declaraba como Reserva Natural.