La historia del soñador que sembró árboles en el desierto

Después de comprar 1680 hectáreas de un sobrante fiscal, Carlos Gesell se puso a construir su propia casa en el medio de ese arenal frente al mar. Hoy se cumplen 89 años del inicio de esa historia que devino en presente: la generada a partir de la fundación de la Villa.

 

Por Juan Ignacio Provéndola | Hoy hay asfalto, micros de larga distancia y rutas que conectan a esta ciudad de 50 mil habitantes con los principales centros urbanos del país. Pero hace exactamente 86 años (apenas un “ratito” dentro de la milenaria historia de la humanidad), esto no era más que un arenal de médanos vivos que solo a un demente como Carlos Gesell se le ocurrió comprar.

Era el sobrante fiscal de una medición de tierras que pertenecían viejas estancias emplazadas por la región. Concentrados en la explotación agrícola, sus propietarios despreciaron las franjas de dunas recostadas al mar porque las juzgaban improductivas. Y era cierto: al viejo Gesell le costó gran sacrificio hacer parir el verde entre medio de tanto amarillo arena.

Para construir sus sueños, primero construyó su casa. Eso fue a partir del 14 de diciembre de 1931, fecha fijada como al fundación de lo que luego se conoció como Parque Idaho, más tarde Villa Silvio Gesell, por último, Villa Gesell.

Ese lugar, que va del extremo sur de la bahía de Samborombón a Mar Chiquita, era entonces un desolado paraje arenoso de dunas, de médanos en movimiento permanente por la acción del viento. Carlos Idaho Gesell, que por entonces tenía 40 años, provenía de una familia de inmigrantes alemanes dedicada a la venta de muebles y artículos para bebes y chicos, entre otros productos.

A la búsqueda de un terreno donde plantar pinos para proveer su fábrica, se enteró de la existencia de aquellos terrenos: 10 kilómetros de costa y 1600 metros de profundidad, pura arena. La compra, en agosto de 1931, desató una pequeña tormenta familiar, pero el hombre -que había llevado adelante emprendimientos de diversa índole, varios inventos entre ellos- estaba convencido de poder sacar vida vegetal de esas estériles moles de arena.

Es en esta fecha en la que comenzó a construir su casa sobre una duna de 9 metros, a unos 100 metros del mar. Tres semanas más tarde tuvo la forma que hoy se conoce: la casa de las cuatro puertas, una hacia cada punto cardinal, que permitía acceder a la vivienda indistintamente en caso de que la acumulación de arena impidiera alguna entrada. También es notable el sistema de aislamiento, paredes dobles de madera revocadas, cuyo hueco es rellenado con papel de diario. Actualmente funciona allí el Museo y Archivo Histórico de la ciudad.

A mediados de los años 40 la zona no sólo mostraba un notable crecimiento de árboles como acacias, pinos, esparto y tréboles, plantados por el mismo Gesell, sino que comenzaba a ser un poblado estable y referencia para el turismo. También fue punto de encuentro, en los años 60 y 70, para la joven intelectualidad de la época, muy bien reflejada por Rodolfo Kuhn en el film Los jóvenes viejos.

Carlos Gesell murió a los 88 años en el Hospital Alemán de Buenos Aires, cuando todavía soñaba con forestar 20 hectáreas del desierto del Sahara. Sus restos descansan cerca de aquellas dunas que domó, en el cementerio de la Villa.