Marea Negra: recuerdos de la época del Proceso en Gesell

En un nuevo aniversario de la dictadura más brutal que padeció la Argentina, realizamos este informe exclusivo que repasa lo que sucedió en la ciudad durante ese tiempo a través de documentos secretos generados de los Servicios de Inteligencia.

Por Juan Ignacio Provéndola

El recuerdo de la última dictadura militar convoca efemérides encontradas para la historia de Villa Gesell. Fue durante esa época que se lograron la autonomía municipal respecto de Madariaga (1978) y la proclamación de la Villa como Partido (1983). Dos acontecimientos felices para el devenir de cualquier pueblo, aunque en estos casos opacados por la simultánea muerte de Carlos Gesell (1979), que no solo ocasionó penas y tristezas sino también varios litigios legales por la herencia de algunas de sus propiedades (entre ellas, las dos casas históricas del viejo pinar).

Desde luego, nada de esto estuvo ajeno a las autoridades del Proceso, quienes concentraron todos sus esfuerzos estatales y paraestatales en descubrir si detrás de cada movimiento se escondían elementos disgregadores o subversivos. Es que Villa Gesell ya contaba con antecedentes inquietantes y los hombres de hierro no querían ningún tipo de sobresalto en esa pequeña localidad de 15 mil habitantes que venía registrando las tasas de crecimiento urbano más grandes de todo el país.

 

El Geselazo

Aunque su fecha de fundación se estableció en 1931, Villa Gesell recién comenzó a ordenar su actividad institucional tres décadas después. Concretamente, a partir de 1959, cuando se instaló en 3 y 113 una Delegación Municipal, con el fin de recortar las distancias administrativas que había entre el pueblo y su ciudad cabecera. Pese a esta novedosa creación, General Madariaga siguió un tanto más lejos que los 40 kilómetros que indicaban los mapas. La muestra más evidente fue el Plan de Zonificación que desde la ciudad gaucha se pensó para la Villa en 1968. En ese entonces, Gesell exhibía una de las tasas de crecimiento más altas de todo el país, aunque más por el impulso de los privados (Carlos Gesell, los pioneros y los primeros propietarios de tierras) que del Estado. Aunque la necesidad de una nueva cobertura administrativa para esa ciudad que se estaba perfilando era innegable, muchos vecinos se manifestaron en contra del proyecto por considerarlo impropio de la realidad urbana, económica y social del lugar.

Entre los puntos más discutidos del plan se encontraba uno que definía como comercial a zonas periféricas de casas, chalets y residencias. Otro, que ya rozaba el disparate, establecía un insólito centro dividido en cuatro partes diferentes, distanciadas entre sí por varias cuadras y que ni siquiera estaban en lo que podría considerarse como el área central de Villa Gesell. El rechazo al proyecto agrupó a distintos vecinos, aunque las demandas seguían siendo ignoradas. Por eso, este grupo se convocó el 8 de junio de 1970 y marchó hacia el edificio de la Municipalidad de Madariaga en una multitudinaria caravana (que la policía cifró en 210 vehículos y los organizadores en 400). Fue la misma tarde en la que el presidente de facto Juan Carlos Onganía era depuesto por los aquellos poderes que cuatro años antes desplazaron a Arturo Illia para ungirlo a él. A pesar de la atención pública estaba casi concentrada en este asunto, el diario Clarín señaló en su edición del 10 de junio que aquella expedición a Madariaga se había tratado de “la más importante movilización popular que se recuerde en la zona”.

El episodio fue conocido como el Geselazo, en clara alusión al Cordobazo, sucedido un año antes. Aunque la comparación es por demás exagerada, aquella movilización a Madariaga no solo sirvió para ponerle freno al controvertido Plan de Zonificación, sino que en estimuló los primeros deseos autonomistas de un pueblo que se sentía perjudicado por las decisiones que tomaba la ciudad de la cual dependía. Aquel fue el germen de lo que cinco años después se constituyó formalmente como la Comisión Promotora de la Autonomía Municipal de Villa Gesell, evidenciando una problemática común de la zona: incipientes localidades balnearias que dependían de ciudades sin salida al mar ni interés en explotar la actividad turística, como Madariaga con Gesell y Pinamar o Lavalle con el actual Partido de la Costa.

A pesar de haber sido creada durante la etapa más cruda del lopezreguismo, desde su propia fundación en 1975 ya la Comisión Proautonomía generó mucho ruido, agrupó a las fuerzas vivas de la ciudad y convocó a los residentes a fijar su domicilio legal en la ciudad, algo que no todos habían hecho. Inclusive logró el visto bueno del gobernador bonaerense Victorio Calabró, quien estuvo de visita por Gesell en aquel año. La propuesta consistía en crear el Partido del Mar con Villa Gesell como cabecera, más las localidades de Mar Azul, Mar de las Pampas, y también de Ostende y Valeria del Mar (que luego terminaron siendo parte del vecino Partido de Pinamar). En su paso por la zona, Calabró también prometió importantes obras públicas para normalizar los irregulares servicios de agua corriente y red cloacal.


Negociando con la pistola en el escritorio

Pero los papeles se volaron por ventana pocos meses después. El golpe de 1976 obligó cambiar la estrategia. Ya sin el apoyo del depuesto Calabró, los nuevos pasos debían realizarse con sigilo y prudencia. Tal fue así que, para reunirse, la Comisión debía solicitar un permiso especial a la policía. Y no sólo eso: también estaba obligada a notificar todo lo charlado y decidido en esos encuentros, realizados por lo general en casas particulares y a altas horas de la noche. Las autorizaciones eran cursadas por el subcomisario Luis Alberto Luján.

En octubre de 1976, la Comisión decide enviarle formalmente el proyecto de autonomización a Ibérico Saint Jean, el gobernador bonaerense impuesto por la Junta Militar. Algunos recuerdan también la carta al Monseñor Eduardo Pironio (ex Obispo de Mar del Plata y, por ese entonces, Cardenal en Roma), en donde le solicitaban “un voto de fe y una oración ante Dios Nuestro Señor”. El Coronel Arturo Pelejero, en calidad de Secretario de Asuntos Municipales de la Provincia de Buenos Aires, asumió el rol de interlocutor entre la Comisión y el gobierno bonaerense. Las negociaciones fueron tensas y Pelejero llegó a afirmarles que era “decisión invariable del señor Gobernador postergar por todo estudio o gestión tendiente a aumentar el número de municipalidades”. Los recibía siempre en su despacho, en La Plata, con una pistola recostada sobre el escritorio.

Las gestiones no prosperaron y llegó el verano, primero bajo esta nueva dictadura. Amparado en dictámenes técnicos del gobierno bonaerense (uno del Ministerio de Salud, el otro del de Obras Públicas), la Municipalidad de Madariaga sancionó en enero de 1977 una ordenanza que suspendía por tres meses las obras civiles, entre las que se incluían casas, chalets, departamentos, hoteles y afines. El informe del Ministerio de Salud revelaba la creciente contaminación de napas freáticas, lo cual exponía a Gesell al peligro de epidemias como la fiebre tifoidea, que Madariaga ya había padecido el año anterior. El del Ministerio de Obras Públicas, en tanto, alertaba sobre la ausencia total de cloacas y de agua potable, contaminando las napas usadas como tales.

La medida fue tomada con rechazo, sobre todo a partir de abril, cuando Madariaga decidió extenderla dos meses más de lo establecido. Desde Villa Gesell, aseguraban que esta suspensión dejaba sin empleo a 500 personas vinculadas a la construcción, ya que el pueblo no estaba en condiciones de afrontar los siderales gastos que demandan las obras públicas señaladas como necesarias para, luego, poder construir casas, hoteles, balnearios y restaurants. El desencanto se hizo insostenible y marcó un quiebre decisivo en el vínculo que ambas ciudades vecinas tenían entre sí.


El miedo de la “infiltración izquierdista”

Aunque no fueron masivas ni ruidosas, las primeras protestas llamaron la atención de los Servicios de Inteligencia, quienes comenzaron a girar informes a las oficinas centrales de Buenos Aires y La Plata para dar cuenta de lo que sucedía. Las operaciones de espionaje se comandaban desde Mar del Plata, donde se organizaba la información recibida de Gesell que debía remitirse a los altos mandos. Por supuesto, el interés no estribaba en las deficientes obras sanitarias, el peligro de epidemias ni el desempleo de obreros de la construcción de Gesell, sino en la posibilidad de que intervinieran intereses políticos en los reclamos. “Se han detectado varios elementos izquierdistas en la zona, tanto en Villa Gesell como en Madariaga. Al parecer, en este momento no desarrollan actividad alguna, pero es muy probable que desarrollen reuniones encubiertas”, alertaba en 1977 un informe secreto de la Policía Bonaerense.

En el mismo parte (de carácter “secreto y confidencial”), se especulaba también con que “de producirse alguna situación conflictiva en la zona como consecuencia de la paralización de la construcción, los izquierdistas van a tratar de infiltrarse y activar, según es su costumbre”. Aunque los informantes consideraban que tanto los integrantes de la Sociedad de Fomento de Villa Gesell como los de la Comisión Pro Autonomía eran “gente honorable”, también señalaban que “los izquierdistas se han movido con cautela pero activamente; en un momento dado llegaron a manejar la Cooperativa de Crédito, estaban en la Sociedad de Fomento, e intentaron llegar a la Cooperativa de Luz y a la de Teléfonos”. En el mismo informe aseguraban que “se detectaron reuniones en las que se vieron coches con chapa diplomática de Checoslovaquia, Hungría, Polonia y otros países de la órbita comunista”. Por último, un adjunto describía “posibles lugares de reunión de izquierdistas”. Entre ellos estaban el Hotel Galeón, el Club Defensores (escrito como “Club Defensor”), dos casas de familia, el gimnasio de un recordado guardavidas geselino y sitios donde se realizaban peñas folklóricas.

Al margen de la paranoia sobre una avalancha de marxistas, guerrilleros y subversivos, los Servicios de Inteligencia también advertían los rasgos socioculturales que dividían a Madariaga de Gesell. Y que, en cierto modo, daban sentido a la necesidad de independizar una ciudad de la otra. “La gente de Madariaga vive fundamentalmente del campo, pertenece a familias antiguas de la zona, tienen costumbres muy acendradas y viven en una ciudad cuya población y edificación no ha crecido apreciablemente”, detallaba otro informe secreto, el cual agregaba que “los de Villa Gesell provienen de muchos lugares, tanto del país como del extranjero, viven en una ciudad que ellos mismos han hecho, cuya población y edificación crecen permanentemente, y se adaptan la cambio que la época impone. Es muy difícil que mentalidades tan dispares se pongan de acuerdo”.

Sea por miedo a la infiltración de grupos de izquierda o por la necesidad de dividir administrativamente dos ciudades que guardaban pocos parentescos entre sí, el gobierno militar evaluó los pedidos autonomistas y les dio curso el 11 de abril de 1978, cuando el gobernador Saint Jean promulgó el decreto que declaró Municipio Urbano no sólo a Villa Gesell, sino también a Pinamar y al corredor entre San Clemente y Mar de Ajó. La medida tomó efecto el 1º de julio de 1978 y fue celebrada en la Plaza Primera Junta, a pesar de que los eventos populares en lugares públicos estaban expresamente prohibidos durante la dictadura.


Bajo la sombra del comisario Pidal

La decisión desconcertó a todos, fundamentalmente a quienes aseguraban que la elección iba a recaer en algún vecino. Dos semanas antes del acto de asunción, el gobierno militar de la provincia de Buenos Aires anunció que el primer jefe administrativo de Villa Gesell como Municipio Urbano iba a ser Roberto Esteban Pidal, un comisario de la Policía Federal. Los geselinos sabían de Pidal probablemente lo mismo que Pidal de Gesell: nada. Los promotores del desconocido líder destacaban entre sus antecedentes más ilustres la Jefatura de Seguridad Metropolitana durante la presidencia de Isabel Perón, teniendo bajo su cargo la custodia de la mandataria durante sus desplazamientos en la ciudad de Buenos Aires. También realizaba y firmaba informes secretos sobre el accionar del ERP, pero eso no lo contaban.

Pidal venía acumulando méritos en la fuerza desde mucho tiempo antes. En la anterior dictadura, había sido el Jefe del Departamento de Información de Políticas Antidemocráticas de la Policía Bonaerense. En 1968, ya como Comisario de la Seccional 19 de Palermo, dirigió una violenta represión mientras se realizaba un homenaje a Hipólito Irigoyen en el Cementerio de Recoleta. El operativo desplegado fue cinematográfico: incluyó miembros de Infantería, soldados, efectivos policiales, patrulleros, dos carros de asalto y hasta un camión hidrante. La misión era impedir que 150 simpatizantes del expresidente radical colocaran una corona en su tumba. Deudos, periodistas y hasta puesteros de flores no fueron ajenos a una biaba de órdago, minuciosamente descripta por varios diarios de la época.

Su impiedad a la hora de ejecutar órdenes superiores le permitió a Pidal participar de represiones históricas, como la Masacre de Ezeiza, en donde la derecha peronista, junto a grupos armados y distintas fuerzas de seguridad, atacó a militantes de izquierda el día que Juan Perón regresaba definitivamente al país tras 17 años de exilio.

A diferencia de Pinamar y la Costa, el gobierno de facto provincial no eligió para la Villa a un abogado, sino a un hombre de extracción policial. Antes de asumir como Delegado Municipal, Pidal mantuvo su primera reunión de Gabinete en la Terminal de Ómnibus. Los jefes de las distintas áreas provenían de la delegación municipal que Madariaga tenía en Gesell, aunque Pidal pudo incluir a tres personas de su confianza: los policías Rubén Muscarelli y Aquiles Delio, que se encargaban de su seguridad personal, y Alfredo Moyano, primer Secretario Municipal.

Pidal firmaba y se presentaba como Intendente, aunque esto no era cierto. Desde el punto de vista administrativo, era apenas un delegado del Gobernador, aunque políticamente excedía incluso las funciones del Poder Ejecutivo, ya que el Delegado Municipal también se encargaba de las tareas legislativas. Aunque nunca quedaron en claro sus virtudes como administrador municipal, Pidal siguió ganándose la consideración de sus padrinos políticos y militares, sobre todo a fines de 1978 y principios de 1979, cuando dispuso el operativo para encubrir uno de los momentos más penosos de la historia geselina: la aparición de distintos cadáveres en la playa.


Las confesiones del mar

En diciembre, el mar suele amanecer calmo. Como si supiera lo que está por venir, sus aguas se mecen con relajo, regalando una música suave y dejando la estela de espuma tras su retirada. Sin embargo, una presencia extraña quebrantó la amabilidad en esos días de 1978. A veces, el océano parece comportarse como el organismo humano, eliminando lo que no necesita, lo que lo excede o lo que le fue introducido a la fuerza. Eso fue lo que sucedió entre diciembre de 1978 y enero de 1979, cuando el mar comenzó a vomitar cuerpos. Primero uno, después otro, y luego varios más. Nunca se pudo precisar el número, aunque los testimonios hacen pensar en no menos de diez. Una postal espeluznante: de repente, las orillas se convirtieron en una especie de morgue regada con cadáveres hinchados y azules, algunos sin manos, otros sin cabeza.

“Recuerdo seis cuerpos, pero no se podían identificar. La mayoría tenía las manos cortadas o le faltaba la cabeza. Además estaban deteriorados por la acción del mar y de los peces. Fue algo horrible. Nos pidieron que los dejásemos en un pasillo de la Comisaría. Los apilaron ahí y después no supimos nada más”, le contó Ernesto Manzo a la periodista Agustina Blanco en una investigación que Canal 2 hizo sobre la última dictadura en Gesell. Manzo era miembro del incipiente cuerpo de Bomberos Voluntarios local, formado por nueve jóvenes que llegaron ese día a la playa y Paseo 150 a raíz de un llamado, sin sospechar lo que iban a ver. No fueron los únicos que vieron ese espectáculo doloroso: en el mismo programa, el guardavidas Humberto Flores contó que “una vez, estábamos pescando con un amigo y aparecieron restos humanos en bolsas, incluso una cabeza. No nos dio miedo, sino tristeza”.

En secreto, la mayoría de esos cadáveres se enterraron como NN en distintos cementerios de la zona. Y así permanecieron en el anonimato de la impunidad hasta que tres décadas más tarde el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) los exhumó y pudo comprobar una vieja sospecha: esos cuerpos pertenecían a víctimas de los siniestros vuelos de la muerte, cruel final que el Proceso le dio a muchos desaparecidos.

El EAAF es una ONG creada en 1984 como respuesta a la necesidad de identificar tumbas NN sospechadas de contener restos de desaparecidos. El equipo, con gran prestigio a nivel mundial, llevó su trabajo al resto de Latinoamérica, Bosnia, Angola, la ex Yugoslavia y Kurdistán. En este caso particular , pudo proceder gracias a que la Cámara Federal de Apelaciones en lo Criminal y Correccional de Buenos Aires autorizó la exhumación de quince cuerpos encontrados a fines de 1978. Nueve de ellos pudieron identificarse: la monja francesa Léonie Duquet y las Madres de Plaza de Mayo Azucena Villaflor, Esther Ballestrino y Mari Ponce eran algunas de ellas.

Se cree que todos esos cuerpos pertenecían a personas secuestradas en el centro clandestino de detención El Olimpo que luego fueron arrojados desde aviones, ya que las pericias indicaron que las lesiones eran “compatibles con las provocadas por caída en altura y su impacto contra un elemento sólido (como el mar). Según reconstruyó el fiscal Federico Delgado tras escuchar a más de 600 testigos, los vuelos de la muerte eran realizados con aviones de la Fuerza Aérea, desde los cuales se arrojaban a “hombres y mujeres, siempre encapuchados o tabicados, esposados entre sí, con ropas sucias, en estado conciente; caminaban en fila ayudándose mutuamente y tenían aspecto muy deteriorado”.

Uno de los nueve identificados es el que tantos años estuvo enterrado en Gesell. Se trataba de Santiago Bernardo Villanueva, desaparecido desde que fue secuestrado de su casa el 26 de julio de 1978, a los 32 años de edad. Villanueva estudiaba Ingeniería Mecánica en la Universidad Tecnológica Nacional y trabajaba en el centro de cómputos del Banco Ganadero como operador. Además militaba en la Juventud Universitaria Peronista y tenía dos hijos. Primero estuvo en centro clandestino de detención El Banco, luego en El Olimpo. El 8 de diciembre lo trasladaron hacia la muerte y su cuerpo apareció una semana después en orillas geselinas. Descubierto por el EAAF, el cuerpo de Santiago Villanueva fue enterrado finalmente en el cementerio de la Chacarita el 13 de abril de 2008, casi treinta años después de haber sido ultimado brutalmente y sepultado sin identificación alguna.

El periodista Eduardo Anguita (cuya madre, Matilde Vera, fue secuestrada el 24 de julio de 1978 y desde entonces permanece desaparecida) mantuvo un encuentro con un sepulturero del cementerio de Villa Gesell, quien, recordando la época de la dictadura, contó con orgullo que lo había visitado ‘el general de brigada Carlos Martínez’ y destacó que era hombre de caballería y que él mismo adoraba los caballos. Incluyó en sus dichos que Martínez, a la sazón jefe de Inteligencia del Ejército, nada menos, le había “regalado una placa”. El sepulturero murió y Martínez luego fue preso. No es difícil pensar los motivos que llevan a los generales a un cementerio en tiempos de desaparición sistemática de personas”. Quedará por siempre la incógnita sobre el nombre de los otros cuerpos encontraros en la playa. Al igual que los enterrados como NN, el comisario Pidal se llevó sus propios misterios a la tumba.