Mitos y verdades de una leyenda geselina: La Calesita

Pasaron años, personas, gobiernos, ocios y costumbres… pero cinco décadas y media después de su inauguración, la creación de Humberto Cabutti sigue firme y girando sobre la 3 y 106. En esta entrevista, su fundador repasa la historia de un auténtico clásico de Villa Gesell.

 

Por Juan Ignacio Provéndola | “Compré la calesita sin saber nada de nada. La hicimos con mucho sacrificio… y apareció uno de Madariaga poniendo otra enfrente, donde después estuvo el restaurant Tía Vicenta. Debo reconocer que la de ese tipo era superior, pero nosotros le empatamos en aquel enero y lo superamos en febrero. ¿Cómo? Bueno, fácil: con buena atención… y picardías. Una de ellas fue poner dos palitos de sortija en vez de uno. Pequeñas ventajitas, jaja”, recuerda Humberto Cabutti.

Transcurrieron años, décadas y gobiernos, murió Carlos Gesell, la Villa pasó de ser un apéndice de otra ciudad a una ciudad propiamente dicha, y en el medio las juventudes modificaron sus hábitos de consumo, ocio y divertidamente. Pasó más de medio siglo, pero Humberto no perdió ni el sentido del humor, ni la memoria, ni mucho menos la energía: en la costa atlántica hubo y habrán numerosas calesitas, pero ninguna como la suya, auténtica pionera y vigente en el tiempo de los tiempos.  

Oriundo de Lanús, Cabutti pisó la Villa por primera vez en 1959. Vino con su hermano a trabajar ambos de jardineros, a pesar de que “nunca en mi vida había agarrado una guadaña”. De todos modos ya se vislumbraba su talento para combinar creatividad con astucia: “Hicimos una máquina eléctrica para cortar el pasto que nos permitía hacer en cinco minutos lo que al resto le llevaba media hora. Por eso conseguíamos todos los parques grandes: ¡llegamos a tener 22!. Éramos muchachos con la ambición de hacer cosas, así que a las siete de la mañana ya estábamos trabajando porque faltaba mano de obra en la Villa. Vivimos en Gesell seis años enteros, trabajando de jardineros invierno y verano, y nos volvimos en 1965”.

– ¿Y cómo surgió La Calesita, entonces?
– Porque después volvimos a vivir en Gesell, pero esta vez se nos ocurrió poner una calesita, ya que no había nada. Apenas estaban el bowling Kao Kao, en el sur, y la pista de Luigi Patín en la 108. Nosotros nos pusimos al lado de esta última. Al principio la electricidad me la pasaba un bar. Ahí estuvimos dos años en los que seguía simultáneamente haciendo jardinería. Después nos mudamos a la Avenida 3 número 578, entonces la primera calesita se la dejé a otro calesitero quien, a cambio, me dio un carrousel. Para muchos es lo mismo, porque ambos giran, pero hay una diferencia importante: la calesita tiene los objetos fijos, mientras que los del carrousel se mueven, suben y bajan, resultando más atractivo. 

– ¿Cuándo es que se establecen en el lugar donde aún están hoy?
– Creo que en 1968. Recuerdo que en aquel entonces lo único que había enfrente era el correo; lo demás era todo baldío. Yo tendría 26 o 27 años, y estaba sin un mango, pero el escribano Bonanni me alentó: “Métase, usted lo va a poder pagar”. Siempre le voy a agradecer ese estímulo. Lo señé con cincuenta pesos de la época y luego fui pagando en cuotas, e incluso llegué a adelantar el saldo final gracias a lo que me había dejado la temporada. Hicimos la losa, una pista de patín y también compré el terreno de Remedios de Escalada en el que levantamos la casa donde nacieron mis hijos y actualmente seguimos viviendo con mi esposa. 

– Es sabido que Carlos Gesell no veía con buenos los ojos la instalación de juegos en su Villa. ¿Cómo fue su relación con él?
– Para nuestra sorpresa, y quizás también para la tuya y la de muchos, Don Carlos nos deseó suerte y siempre nos apoyó. Estaba en contra del casino, los juegos de cartas y los videojuegos, pero como nosotros estábamos en una línea más enfocaba en lo infantil, nos bancó. Cuando abrimos la primera de las calesitas, vino a ver cómo iba todo. Justo teníamos un fotógrafo y no queríamos perder la oportunidad de dejar ese registro para siempre, pero resultó que no tenía rollo en la cámara, así que no pudimos sacarle. ¡Lo queríamos matar!

– ¿Cómo fue diseñando y armando las distintas calesitas? ¿Ya venían prefabricadas, o tuvo que meterle mano?
– La primera de todas, la de la esquina de 3 y 108, tenia unos ocho metros de diámetro. Pero al mudarnos adonde estamos ahora, nos encontramos con que el terreno era más angosto, así que tuve que modificarla toda. Después compré por teléfono una calesita espacial que venía de Italia. Era hermosa, pero no me gustó porque me parecía muy fría… ¡y encima venía sin sortija! Debí adaptarla bastante. En el fondo de mi casa en Escalada hice como diez calesitas, entre esqueletos y armados completos. Aprendí a hacer los caballitos con fibra de vidrio, pero después me quedaban los brazos inflamados porque al pulir ese material sale un polvillo que se te incrusta y lastima. En mi familia no había calesiteros, así que tuve que iniciar una generación. 

– En un momento Villa Gesell empezó a llenarse de locales de videojuegos, acaso como en ninguna otra localidad costera, e incluso frente a La Calesita se instaló una sucursal de ese gran imperio que supo ser Centerplay. ¿Cómo era y cómo es la convivencia?
– En Centerplay ya no está don Pepe, el dueño de todo ese emporio. Era un viejo jodido, pero así y todo mantuvimos buenas relaciones. Él me decía: “Cabutti, ponemos las fichas a diez pesos”… y yo las ponía a diez, porque él era el que, en cierto punto, mandaba. Así funcionan las cuestiones de mercado, sobre todo cuando hay disparidad de fuerzas. De todos modos lo recuerdo como un hombre muy inteligente. En general, la gente del rubro es buena. Pero con Sacoa y Enjoy, en cambio, nunca hubo relación. Tampoco con Space. Eso sí: ratón como yo cuando empecé, ya no queda ninguno, hoy son todas empresas. 

– ¿Cómo mantienen el interés comercial y la rentabilidad en una época donde los pibes juegan en sus casas, en las computadoras y hasta en los teléfonos celulares?
– Y, bueno, las épocas. Hubo temporadas espectaculares hasta los ’80, luego fueron una peor que otra, y ya antes de la pandemia solo abrimos sábados y domingos. Creo que no hubo peores momentos que los últimos. Por suerte nosotros estamos bien ubicados, tenemos un buen local y una excelente atención. Los chiquitos siguen viniendo, son amorosos y hasta nos dejan dibujitos que, si se fijan, empapelan toda una pared. Eso es lo mejor que nos puede pasar. Mientras tanto nos vamos defendiendo y La Calesita sigue viva como siempre.

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