Un viaje al pasado: cuando Gesell fue el paraíso de la juventud (I)

Hace un tiempo, el Museo y Archivo Histórico de la ciudad publicó un profundo trabajo en el que detalló el proceso a través del cuál la Villa adquirió esa mística que la acompañará por siempre. PULSO GESELINO lo publicará en capítulos durante este verano. Aquí: el primero.

noticias@gesell.com.ar | Las décadas de 1960 y 1970 trajeron profundos cambios en el mundo occidental. La revolución sexual con la píldora, la guerra de Vietnam, los Beatles, el nacimiento del movimiento hippie, las guerrillas y la Revolución cubana, la muerte del Che Guevara, el Mayo francés, Woodstock, la llegada del hombre a la Luna; la dictadura de Onganía en la Argentina, el Cordobazo, el golpe cívico militar de 1976.

Mientras todo esto pasaba, la pequeña Villa Gesell se transformó en la meca de las vacaciones para miles de jóvenes argentinos, que encontraron aquí la posibilidad de crear, de vivir en contacto con la naturaleza, en libertad y sin formalidades.

Un profundo trabajo publicado tiempo atrás por el Museo y Archivo Histórico de Villa Gesell da cuenta de todo este proceso. El numero equipo de investigación, liderado por la inolvidable Mónica García, contaba con Loudes Puentes, María Siste, Susana Valerga, Verónica Río, Irene Balmayor, Maribel López Fuentes, Teresa Martín y Annie-Laure Taron.

PULSO GESELINO reproduce ese maravilloso análisis en distintos capítulos. Este, el primero, profundiza el surgimiento y desarrollo de Villa Gesell entre las décadas del 20 y la del ’50, detallando las condiciones que hicieron posible la posterior explosión de los ’60 y ’70.

 

INTRODUCCIÓN

Entre 1939 y 1940 Carlos Idaho Gesell, fundador de Villa Gesell, vio los primeros resultados positivos de los trabajos de forestación que había emprendido en 1931 sobre un arenal de la costa atlántica de Buenos Aires. Había comprado 1.648 hectáreas de dunas vivas, es decir, de arenas en movimiento y se había propuesto fijarlas y cubrirlas de árboles. Un arduo trabajo de años, que le valió el mote de “el loco de los médanos”.

En 1940 decidió construir “La Golondrina”, una sencilla casita para alquilar a turistas. Otra audacia, porque no había aún caminos para llegar hasta la playa desde la Estación Juancho del Ferrocarril Central del Sud, distante unos 23 kilómetros del mar. Había que atravesar campos particulares y luego el cordón de dunas hasta llegar. Pero llegó el primer turista, Emilio Stark, aventurero como don Carlos, pescador, entusiasta, que quedó maravillado con este lugar agreste, con el trato que recibió de don Carlos y su esposa Emilia, y también con la abundancia y variedad de peces que ofrecía el mar. Así, con este turista satisfecho, comienza la historia del turismo en nuestra ciudad y la firme decisión de don Carlos Gesell de fundar un pueblo, de hacer de este lugar una tranquila villa balnearia.

En 1943 se inaugura el Playa Hotel, el primero de la Villa. Elegante, a pocos metros del mar, el Playa comenzó a recibir turistas europeos, especialmente alemanes. Familias enteras, con niñeras incluidas, que pasaron en estas playas agradables y libres veranos. Durante toda la década de 1950, Villa Gesell era señalado como el balneario “más europeo” de la costa atlántica, en tanto a Pinamar se lo caracterizaba como el “más criollo”. Muchos de estos veraneantes europeos, y en particular las mujeres, disfrutaban de la vida libre que proponía esta naciente villa balnearia, lo cual implicaba, en varios casos, la ligereza de indumentaria usada en la playa para tomar baños de sol, tal como se estilaba en balnearios europeos… Y esto, bastante antes de que aparecieran por aquí las primeras bikinis.

Los años 40 constituyen la verdadera década fundacional de Villa Gesell. Muchos de los primeros pobladores estables provenían de estancias cercanas, y muchísimos otros eran europeos, inmigrantes que lo habían perdido todo en la guerra y llegaban a este paraíso de paz a nacer de nuevo. En su gran mayoría eran italianos, pero también llegaron alemanes, suizos, austríacos, húngaros, polacos, suecos, rusos, ingleses, franceses, españoles… No era fácil entenderse unos con otros, se hablaban muchos idiomas y dialectos diferentes. Sin embargo, todos pudieron entenderse en el común idioma de la solidaridad, de un proyecto de vida en libertad. Aquí no había diferencias, no importaron ideologías, ni creencias religiosas, ni situación económica, todos trabajaron junto a don Carlos Gesell para hacer crecer este pueblo, que era esperanza de una vida plena, alejada de toda violencia.

Por otra parte, cabe señalar en esta introducción a nuestro tema que la propia figura del fundador de la Villa revestía características singulares, en el sentido de que llevaba una vida nada convencional. Carlos Gesell era un comerciante exitoso de Buenos Aires, apasionado por los inventos y los desafíos, que a los 40 años de edad había emprendido el increíble proyecto de forestar un arenal; en 1937 deja la ciudad y se instala en medio de la soledad de las dunas, con su segunda esposa y dos de sus hijos; era un amante absoluto de la naturaleza, de la libertad, de la vida austera; en fin, para la época, un rebelde a su manera. “Pienso que si se analiza el movimiento hippie en su verdadera dimensión y profundidad, indudablemente papá fue uno de ellos”, afirma Rosemarie Gesell en el libro que escribió sobe su padre.

En mi opinión, este particular origen de Villa Gesell fue lo que marcó para siempre su destino como “el lugar de la libertad” y, casi una consecuencia obligada, como “el paraíso de la juventud”. Aquella tranquila Villa europea de los años 50 se transformó a lo largo de las dos décadas siguientes en el lugar de la informalidad y del encuentro, en la meca elegida por miles de jóvenes argentinos disconformes, rebeldes, pacifistas, idealistas, desprejuiciados, hippies… que buscaban el contacto con la vida natural y la posibilidad de huir de las convenciones e hipocresías de la vida ciudadana. Una transformación que profundizaremos en los capítulos siguientes.