90 años de la Liga Madariaguense: Un paseo por su curiosa historia

Fundada en 1932 por cuatro equipos de Madariaga, fue de las primeras asociaciones creadas tras la profesionalización del fútbol argentino. Nueve décadas después conserva su espíritu amateur y una fuerte influencia deportiva y cultural en toda la región del viejo Tuyú con los clubes que originó.

 

Por Juan Ignacio Provéndola | En contra de su original espíritu amateur, la Asociación del Fútbol Argentino tuvo que admitir la actividad rentada como forma de superar el “amateurismo marrón”, práctica así llamada por el color de los billetes que algunos jugadores cobraban de manera clandestina. La aparición del fútbol profesional, a partir de 1930, provocó la explosión de un deporte que entonces dejó de practicarse solo en Buenos Aires y comenzó a irradiarse hacia todos los rincones del país. Todos se sentían interpelados por esa nueva práctica social sin siquiera imaginar lo que devendría casi un siglo más tarde.

La Liga Madariaguense fue uno de esos primeros ejemplos: en el pequeño poblado rural de la pampa bonaerense cuatro equipos se reunieron el 16 de septiembre de 1932 para firmar el acta inaugural de la Asociación Madariaguense de Foot Ball, rebautizada en 1937 con el nombre que conserva hasta la actualidad. El experimento cumplió semanas atrás noventa años con cientos de torneos organizados entre Primera, divisiones inferiores y categorías infantiles, equipos de todos los colores y una ritualidad que encarnó en cada uno de sus pueblos con la potencia del fútbol criollo, acaso más real que el que se ve solo por pantallas.    

Durante los primeros tres años de disputa, inicios de la Década Infame, se sucedieron consagraciones entre Independiente, Cosme y El León, honor que no pudo replicar el Deportivo Ferroviario, único de los cuatro fundadores de la Liga Madariaguense que jamás fue campeón (desapareció en 1954).

De todos ellos, El León es el único que sobrevive hasta nuestros días. Tomó por nombre el de la librería que funcionaba en el local de la Sociedad Española de Socorros Mutuos de Madariaga. Su propietario, Cornelio Aríztegui, proveyó los primeros juegos de camisetas, que aún no eran blancas y negras, sino azules y rojas. Así se resolvían las cosas en el pueblo. 

Otro de los equipos originarios bautizado por el comercio que lo apadrinó fue el Cosme Sporting, a quien Cosme Martino le facilitó un juego de remeras verdes y rojas que venía exhibiendo en la vidriera de Casa Cosme sin ninguna repercusión comercial. Esas casacas ignoradas terminaron vistiendo al club que durante ocho décadas supo ser el máximo campeón de Liga Madariaguense, incluso a pesar de que para fines de los 80s había dejado de competir. En 2016 lo superó Atlético Villa Gesell en el palmarés, mientras que El León y Juventud Unida acechan. 

 

La expansión de la pampa hacia la playa

Lo cierto es que después de veinte años sostenidos por aquellos cuadros fundadores alrededor de la cancha municipal del Parque Anchorena, los 50′ les abrieron las puertas a nuevas representaciones madariaguenses, como las de Chacarita o Huracán, ambos campeones en esa década. Lo mismo sucedió con Juventud Unida —otro histórico en actividad—, gracias al impulso de un grupo de jóvenes que se empezó a reunir en el fondo de un taller mecánico por 1951. Y trece años más tarde aparece Los del Clan, una curiosa combinación de amantes del fútbol y del programa musical “El club del clan”. 

Hacia fines de los 60’, la Liga comienza la ampliación geográfica hacia la totalidad del Partido de General Madariaga, en ese entonces más grande que ahora, ya que llegaba hasta la costa a través Pinamar y Villa Gesell, autonomizados en 1978. Más cerca en el tiempo, se sumaron equipos de las localidades de Ostende y Valeria del Mar, además de eventuales participaciones de elencos de otras ligas, tales los casos del CADU de Santa Teresita o San José de Pirán, ambos campeones de la LMF en los 90s. Aunque fueron los equipos de Pinamar y Gesell los que le dieron nuevo músculo a una Liga Madariaguense que ya no era solo de Madariaga.  

Desde Pinamar se incorporaron San Vicente y el Deportivo, institución que venía de organizar torneos en su propia ciudad en 1968 y 1969 (años donde la Liga suspendió su actividad) y en donde se destacó especialmente José Luis García, único jugador que carga con el honor de conferirle su propio nombre a un estadio de la Liga. 

En un origen similar al de sus vecinos pinamarenses, Los Angelitos y el Ciervo fueron producto también de una competencia doméstica; la que organizaba el Club Defensores de Villa Gesell, quien también se afilió a la Liga Madariaguense. Lo mismo hicieron San Lorenzo y Atlético, cuyos primeros equipos se nutrieron con jugadores de esos torneos interbarriales. El primero fue fundado en 1969, el segundo en 1974, y son los únicos geselinos de esa época que siguieron participando de manera ininterrumpida hasta la actualidad. Toda esa carga histórica hace que protagonicen el clásico más concurrido de toda la Liga. 

 

Madariaga, Pinamar, Villa Gesell: Los tres grandes clásicos de la Liga

De los vigentes, el derby más antiguo es el que juegan El León y Juventud Unida en el estadio Francisco Alcuaz, mientras ambos ponen a punto sus respectivas canchas: El Zorrino en el barrio Belgrano, el Rojo en la curva donde la Martínez Guerrero acaba en la Avenida Buenos Aires. El Alcuaz, cancha por excelencia de la Liga (utilizada incluso por equipos que no pertenecen a Madariaga cuando sus propios estadios están cerrados) recuerda desde 1952 a un ex intendente de la Ciudad Gaucha. Había sida inaugurada en 1937 como Parque Anchorena, tal el nombre del espacio público que la contiene.

En Madariaga (como también ocurre en Pinamar y en Gesell) los jugadores pueden pasar de El León a Juventud sin ningún problema. Nadie se ofende, tampoco debería. Ambos clubes, como tales, tienen una representación local mayor al fútbol: son instituciones del pueblo que construyeron comunidades. La muestra está en sus socios y, especialmente, en los concurridos bailes organizados en sendas sedes durante el verano.  

Con el tiempo, y también con otra dinámica, Pinamar también logró imponer su clásico, jugado siempre en el pintoresco Tati García. Ambos comparten esa cancha dentro del bosque pinamarense bajo una curiosidad: al ser parte del Polideportivo Municipal, no se cobra entrada para los partidos. Como si fuera una especie de Giuseppe Meazza/San Siro de Milán trasplantado a la costa bonaerense, el Sanvi y el Depor se turna la localía en el Tati García. Lo cual, básicamente, determina la comodidad de los espectadores: el anfitrión ocupa la única tribuna de cemento, una plácida platea, mientras que la visita se acomoda en el médano del otro lateral, sentándose en la arena o en reposeras.   

Pinamar tiene el clásico más decisivo de la actualidad: San Vicente y el Deportivo se repartieron tres de los último cuatro campeonatos, a la vez que el segundo es quien actualmente representa a la Liga Madariaguense en el Regional Amateur, combinación de los viejos Federal B y Federal C. El distrito, además, sumó a partir de los 90’ un nuevo derby protagonizado por otras localidades: Nuevo Amanecer, de Ostende, y Defensores de Valeria del Mar, quien tiene su propia cancha en el pueblo y hasta anfitrionó allí en el Federal C. 

A diferencia de todos ellos, el clásico de Gesell es ligeramente más reciente, ya que ambos equipos comenzaron a ser protagonistas recurrentes de la Liga a partir de los 90s. Aunque el tiempo lo convirtió en el más convocante: independientemente de las performances ocasionales, cada cita en el Carlos Idaho Gesell o en el Tocho Medina es garantía de tribunas llenas y mucho colorido.

Atlético tiene, por prestaciones e infraestructura, la mejor cancha de toda la Liga, además de una ubicación equidistante entre los barrios habitados del centro geselino, los más pudientes del norte y los populares del oeste. El Carlos Idaho Gesell posee cuatro tribunas, dos de ellas de cemento, y se construyó gracias al aporte económico que Emilia Luther convenció a su esposo de hacer para el estadio que lleva su nombre.  

El terreno era un bañado en una zona periférica para la época, década del 70’, y existe una historia según la cual San Lorenzo ocupó primero el lugar, pero fue Atlético quién logró escriturar. A partir de eso, sobrevino la construcción del estadio y el Cuervo debió desplazarse hacia el barrio de La Carmencita, un relato muy similar al de Chacarita cuando se se mudó a San Martín después de que Atlanta lo corriera.    

Con tribunas de cemento y hasta torres de iluminación que permitieron como pocas veces en la Liga jugar de noche, el domingo 11 enero de 1981 fue inaugurado el estadio Carlos Idaho Gesell con un amistoso entre Atlético y la Selección Argentina Sub19, categoría que dos años antes había ganado el Mundial de Japón con Diego Maradona a la cabeza. Aunque el ritmo fue amigable, quedará para los anales del club geselino el resultado final, empate 2 a 2, con el refuerzo estelar del Pichi Osvaldo Escudero, uno de los campeones en Tokyo.

Sin embargo, el partido jugado en Villa Gesell que más repercusión nacional alcanzó fue uno disputado en el estadio Tocho Medina de La Carmencita. San Lorenzo local para enfrentar a Atlético en los dos goles más extraños de la historia: uno hecho a partir de una situación discutida, el otro concedido para compensar el diferendo. La noticia ocupó la atención de todos los medios deportivos del país durante los días siguientes a aquel domingo 26 de junio de 2016, mientras Argentina perdía en Estados Unidos por segunda vez consecutiva una final de Copa América ante Chile.   

 

Fútbol de Primera

La Liga Madariaguense, como toda competencia doméstica y amateur del Interior profundo, jamás pudo colocar un equipo propio en el fútbol grande. Sin embargo hubo jugadores de pasado ilustre que jugaron para los clubes de la zona. 

El caso más rutilante fue el de Atlético Villa Gesell en la primavera de 1990, cuando se reforzó para el Regional de ese año con dos auténticas leyendas de Boca y River: Roberto Mouzo y Oscar Más. Mouzo había sido defensor del Boca del Toto Lorenzo que le dio al club entre 1977 y 1978 sus primeras dos Libertadores y la primera Intercontinental. En tanto que entonces Pinino ya era el segundo goleador histórico de River, condición que aún conserva. 

Mouzo, que era amante de Gesell y tenía un departamento allí, pasaba a buscar a Más en su auto y ambos viajaban el día del partido. Atlético no puso pasar un duro grupo con Kimberley de Mar del Plata y ambas leyendas concluyeron sus servicios en la costa. Algo similar ocurrió con Juan Ramón Verón, La Bruja padre, quién debió retirarse después de una dura fractura de tibia y peroné que padeció jugando para Juventud Unida. 

A la inversa, dos hijos de la Liga Madariaguense llegaron a jugar en Primera en la plenitud de su carrera. Todo comenzó en Pinamar, donde San Vicente había clasificado al Argentino B y (como es común) decidió reforzarse con talentos de la zona. Así, construyó una campaña memorable entre 1997 y 1998 que lo colocó entre los 16 mejores de la categoría, la mejor performance que un equipo de la LMF jamás volvió a conseguir en una categoría del ascenso argentino. 

San Vicente, finalmente, quedó eliminado. Pero Huracán de Tres Arroyos, que seguía en competencia, le echó el ojo a Marcos e Iván Dragojevich, hermanos madariaguenses que reforzaban el plantel de San Vicente. Y les ofreció incorporarlos. Huracán tenía ambiciones y los valores de Juventud Unida aceptaron el desafío. Aunque nadie imaginó que todos juntos llegarían hasta la mismísima Primera A cinco años más tarde. El sueño de todo equipo aficionado de una liga del interior lo consiguió, por única vez en la historia del fútbol argentino, Huracán de Tres Arroyos, superando una y otra vez las distintas divisionales con un fuerte apoyo económico y la participación de dos hijos de la Liga Madariaguense. 

Tiempo después, Iván Dragojevich regresó a su Juventud Unida natal y trajo consigo a Jorge Izquierdo y a Miguel Abad, ex compañeros de aquella aventura por la A con Huracán de Tres Arroyos. Mientras que Marcos, su hermano, tomó la dirección técnica del “Rojo de la Curva” semanas atrás.  

 

Luis María Fernández: La voz de todos los apodos 

Claro que las ritualidades de la pionera y longeva Liga Madariaguense no se agotan naturalmente en los clásicos: también manifiestan a través de muchos de los apodos de sus equipos. El León, así denominado originalmente en honor al rey de la selva, comenzó a ser conocido también como «El Zorrino” por los colores de su segunda camiseta, la negra y blanca a bastones verticales que hoy la define. 

A otro gran equipo de Madariaga, el Cosme, se lo conocía como “El Gitano” por la ascendencia de varios de sus directivos originales. La obviedad o la pereza quisieron imponer a San Vicente y a San Lorenzo como “Santos”, una creatividad que el tiempo no logró mejorar:  ahora a uno le dicen “Sanvi” y al otro “Cuervo”, considerando que comparte con el cuadro de Boedo no solo el nombre, sino también sus colores. En esa misma lógica, Racing es “La Academia” y Huracán “El Globo”, aunque la gente de este último prefiera llamarlo “Chacarero”. 

Del “Depor” al “Verde”, Deportivo Pinamar parece haber evolucionado mejor con una original variante desprendida de sus tribunas: “La Verde Locura” dijo un día una bandera, y así empezó a circular. La identificación se fue consolidando hasta aparecer incluso impresa en bombos y percusiones que suenan en las tribunas. 

Que a Atlético lo conozcan como “Canario”, en cambio, suena a obviedad: su camiseta es predominantemente amarilla. Sin embargo, ese mote que hoy se replica en varias banderas (el cuadro geselino es, por lejos, quien más material produce) no hubiese sido posible sin la magia de Luis María Fernández. Con austeridad técnica pero una prestancia nunca vista en toda la región, el Sordo llevó durante décadas los partidos de los equipos de Gesell a distintas sintonías locales de FM. Sus relatos eran una verdadera obra de arte, todo un hecho en sí, por encima del encuentro en cuestión. Una verdadera puesta en escena radial con “fierros” escasos o nulos, pero con otro valor diferencial: la voz de Luis María. Sus inflexiones, la manera de llevar el ritmo de la narración combinando formalidad con picaresca: hacía del bodrio más insoportable un relato apasionante. 

Luis María, un tipo que trabajaba todos los días como vidriero para encenderse el fin de semana frente al micrófono, fue autor de muchos apodos en la Liga. Su creatividad era imponente: bastaba que se le ocurriera un mote para que el mismo se instalara por fuerza propia. Así, una tarde de fines de los 80s, mientras Atlético sacaba adelante un partido áspero contra Social de Mar de Ajó, Luis María Fernández gritaba por una cabina sin ventanas: “¡Trina el Canario! ¡Trina!”. 

La Liga hoy: los torneos que siguen escribiendo la historia

En simultáneo, y después de mucho tiempo, vuelve a jugarse además un torneo con la vecina Liga de La Costa, la cual incluye a equipos del corredor Mar de Ajó-San Clemente-Lavalle. Aunque de manera irregular, históricamente ambas organizaciones solían entreverarse en distintos formatos de competencia. El actual elimina entre sí a San Lorenzo de Gesell, San Vicente de Pinamar y Juventud Unida de Madariaga con Fomento de San Bernardo, El Porvenir de San Clemente y Social de Mar de Ajó.   

Mientras tanto, el Deportivo Pinamar se prepara para iniciar el Regional Amateur en un grupo durísimo: Ayacucho, el histórico Kimberley y Club Atlético Mar del Plata, quien jugará de local en el estadio Mundialista.   

En la actualidad, y coincidiendo con su 90º aniversario, la Liga Madariaguense disputa el Clausura, segundo y último torneo del año, aunque el primero de la era pandémica que recupera el tradicional formato de todos contra todos entre sus trece equipos. Allí participan los históricos El León, Juventud Unida, Los del Clan, Huracán y Racing de Madariaga,  Atlético y San Lorenzo de Villa Gesell, y Deportivo, San Vicente, Nuevo Amanecer y Defensores del partido de Pinamar. A ellos, en esta ocasión, se les suman dos estrenos: Arena de Pinamar y la fusión entre ADN de esa ciudad y Golf Club de Gesell. 

Todos ellos buscan el mismo objetivo de hace noventa años: alzar el trofeo que los consagre como titulares de la vieja y querida Liga Madariaguense de Fútbol.