Aguavivas Geselinas I: El baldío

De una final perdida a otra final perdida no sólo hubo casi dos décadas y media de diferencia. La evidencia es aquella esquina en 104 y 3 que ya no es lo que antes era. Un cuento de Mariano Arribillaga.

Por Mariano Arribillaga

De la última vez recordaba la esquina a la vuelta de mi casa, en ese entonces un terreno baldío solo habitado por un par de pinos y alguna acacia que delimitaban un par de casas y un complejo turístico. Elegí tal lugar solitario, esa tarde gris de hace casi un cuarto de siglo, para descargar mi bronca por lo que un  mexicano con veleidades de árbitro nos había arrebatado. Las ganas de un festejo perdurable y a la vez fácil de diluir en lo cotidiano, del que la ocasión anterior solo tenía los recuerdos muy vagos de la 104 y 3 bajo un sol de tarde invernal en el 86, se habían esfumado. De penal.

Retenía de esa fotografía mental un gran silencio y una bronca aún más grande, porque esa alegría disipable y posible nunca se había llegado a materializar nuevamente. Bronca de haber estado tan cerca y a la vez de llegar a ese objetivo casi obligado, para tantos y para tan pocos. Solo pasó un tiempo y todo eso se disipó, el sentido común nuevamente en su lugar. La pelota era el opio de los pueblos, de eso se trataba.

Y de eso seguía tratándosé aún hoy. Un cuarto de siglo después. Dejé la casa de mis amigos luego de quebrar toda tonta cábala y sin todavía reflexionar demasiado sobre el partido. A fin de cuentas  se trataba de cierta manera de sobredimensionar lo que para muchos es una pasión o en el peor de los casos, un interés.  Amén de una hermosa y épica tapadera de problemas mas tediosos que los sí o no de un enganche xeneize.

El invierno geselino mostró su cara mas deprimente, climatológicamente hablando, ese domingo. Una niebla transilvana cubría todo, con alguna que otra luz venciendo apenas la cortina gris que venía del mar. Pero por raro que parezca eso no hacia mella en el entusiasmo de mucha gente. Yendo por la 3 con las banderas a pesar de todo, entonando el ya insufrible cover de Creedence Clearwater Revival una y otra vez, por más que la realidad hubiera dictado la derrota. Pocas cosas más argentinas que mojarle la oreja a tu rival.

Enfilé para mi casa y en un momento reparé en esa esquina de hace casi 25 años. Varios duplex habían invadido el viejo baldío. Un maltés me ladró desde el otro lado de la reja, asustado por los ocasionales petardos. Muchos menos de los que hubieran anunciado un triunfo.

Pero a nadie le importaba demasiado, pensé. Para otros la tristeza nao tem fim.