Aguavivas Geselinas XII: Mediomundo

Alguien, en la playa, desea ser mediomundo, para que los pescadores lo sumerjan bajo el agua, le cuiden los tejidos y lo mimen. Aunque sepa bien ser eso implique no ser toda la otra mitad vacía del universo.

Por Agustín Pisani | Se dio cuenta que la playa se llama playa en honor al nivel del mar. Que el mar vomitaba con bilis a la arena. Que las almejas son las bacterias que crecen del vómito constante de la devolución amorfa y caudalosa. Sonrió mirando al sol. El sol le marcó cancerígenamente la piel. Un perro meó su remera y sus facturas.

Un nene que estaba sumergido hasta la pera en la blanda arena se rió a carcajadas mientras imploraba por dentro que el perro no lo mee. Corrió detrás del perro pero en lo alto del cielo se escondían de las ocupaciones una treintena de arañas voladoras. Ellas tejieron sus extensiones hacia los brazos de un vendedor que reía balanceándose, aunque muy enfadado con el torpe hombre que corría tras de un picho.

Una niña lloraba des-con-sola-da-mente porque su barrilete preferido quedó hecho un punto en el infinito. Ahora era irrecuperable, otra vez se tenía que conformar con ver su deseo como un hilo que lo conectaba hacia un Dios explotador.

Su padre le mostró muchos billetes al tiempo que un bonito culo se desplazaba hacia el siguiente balneario y se perdía como un fin de semana de cumpleaños y compromisos; se hundía contra el resto de los cuerpos y del muelle, que a esa altura supo ganar protagonismo.

Deseó ser un medio mundo. Seis pescadores lo levantarían y lo penetrarían nuevamente bajo el agua. Le cuidarían sus tejidos, sería mimado. Pero al ver vacío el resto de su universo, los pescadores no pudieron complacer el pedido del perro que se echó sobre las maderas a observar cómo el mar vomitaba la playa vida de este mundo medio.