Anticipando el Marina Capriz 2014: “Adela”, de Gustavo Ciocci

A fin de mes cierra la inscripción para concurso que la Biblioteca Rafael Obligado realiza con el objetivo de premiar a los mejores esfuerzos literarios de Villa Gesell ciudad; aquí publicamos el cuento ganador del año pasado.

«Es una mole de 9 pisos a punto de cerrar.
Casi todos los enfermos fueron trasladados:
sólo queda, por orden judicial, una señora de 70 años.(…)
Adela no sabe que es la última paciente del Ferroviario».
Página/12, 22 de julio de 1999

 

Con cuidado, por favor, chicas, que me duele. Ahí está, despacito, eso es. Ya falta menos. Ya apoyé la pierna sana; ahora falta la otra. Con cuidado por favor. Ahora sí. Gracias chicas. Son como mis hijas ustedes, ¿saben? Qué se le fue ocurrir a una vieja como yo bajar del colectivo cuando ya había arrancado. La verdad no lo pensé. Venía distraída, pensando en otra cosa, y de golpe vi que el colectivo arrancaba y yo me tenía que bajar. No me di cuenta y me bajé. Cómo se me va a ocurrir. Pisé mal y acá estoy con la pierna rota. Y encima ahora peor, acá encerrada en Terapia por un virus o algo que me agarró en la otra habitación donde estuve antes. Me atacó los pulmones dijo el doctor. Habló con mis hijas y me trajeron para acá, donde estoy sola. Bueno, qué les voy a contar a ustedes, que ya saben toda la historia. Para eso están, para vigilar que todos estos aparatos a los que me conectaron funcionen bien, para darme los remedios y para bañarme, como ahora.

Qué suerte que están ustedes chicas. Siempre les pregunto el nombre y me olvido. Entiendan; a mi edad hay cosas que se me pasan, además a la mañana vienen unas, a la tarde otras, a la noche vuelven a cambiar… La verdad es que me olvido, perdonen. Hacía mucho que no venían ustedes dos. Ya perdí la cuenta. En realidad, ya perdí la cuenta desde cuándo estoy en el hospital. Se que me caí y me trajeron acá. Me pertenece este hospital por la obra social. La verdad es que me gusta, aunque me trae algunos recuerdos tristes.

En este hospital murió mi esposo hace como cinco años. Todavía me acuerdo de él. Por supuesto, trabajaba en el tren; era mozo en el Gran Capitán. No se si alguna vez lo sintieron nombrar. Ustedes son muy  jóvenes; déjenme adivinar: no más de 25 años ninguna de las dos. Bueno el Gran Capitán era un tren que iba desde la estación Lacroze, en Chacarita hasta Posadas. Y tenía de todo, dormitorios, comedor; el viaje era lindísimo. La cuestión es que mi esposo trabajó ahí hasta que el tren dejó de funcionar, en el año 93. Lo jubilaron y al poco tiempo se enfermó y lo trajeron a este hospital. Se murió a los pocos días. Amaba el tren y amaba este hospital. Estaba orgulloso de ser empleado ferroviario pero estaba muy triste. Como yo ahora.

Ustedes son nuevas acá, creo. Pero espero que hayan caminado por los pasillos del hospital. Vieron lo que es. Tiene como nueve pisos y cada piso tiene más de una cuadra de largo. Me parece. No soy muy buena para calcular. Las últimas veces que vine lo vi muy desmejorado y ahora me entero que lo van a cerrar. Todos creen que yo no se, pero yo escucho todo lo que hablan. No lo pueden cerrar. Este hospital fue inaugurado por el mismísimo Perón. Pero a estos políticos de ahora no les importa. Mi esposo y muchos compañeros se enfermaron al ver desaparecer los trenes. «Ramal que para, ramal que cierra» decía el presidente. Y ellos hacían paro.  ¿Para qué el paro? ¿Para que les paguen más? Si los ramales los levantaban igual. Daban perdidas, decían.

La verdad es que no se nada de economía y no puedo decir si daban pérdidas o no. Puedo decirles que era un gran bien tener el tren en algunos pueblitos donde no llegaba otro medio de transporte. Los políticos de hoy no piensan como Perón, esas cosas no les importan. Como yo. Tampoco les importo. Me caí del colectivo por imprudente, está bien. Me quebré un pierna y el doctor me dijo que para poder operarme tenían que esperar que la obra social me mandara un clavo o no se qué es que me tenían que poner. Esperé mucho tiempo escuchando que la prótesis estaba demorada por los problemas económicos que tenía la obra social. Hasta que una tarde empecé a toser y tuve fiebre.

Ustedes por ahí se acuerdan. Empeoré bastante y vino el médico y dijo que me pasaban a Terapia Intensiva. Después de eso no me desperté más. Me conectaron al respirador y a otros aparatos que los médicos miran cada vez que pasan. Yo duermo, pero escucho todo lo que pasa. No se cuántos días llevo acá. No puedo calcular y pienso en mis hijas, que vienen todos los días. Marisa, la más grande, vive directamente en los pasillos. No quiere irse a su casa. El otro día me contó que algunas partes del hospital ya están abandonadas, con los vidrios rotos y como si las hubieran saqueado, con algunos colchones tirados en el piso, sábanas que se olvidaron y las palomas…

Me contó mi hija que le dio impresión ver tantas palomas volando dentro del hospital. A mi no hubiera dando tanta impresión como pena. Si lo viera mi esposo… Dicen que van a cerrar el hospital… ¿Por qué no me dijeron nada, si ustedes vienen todos los días a bañarme y darme los remedios? ¿Por qué no me contaron que todos ustedes se quedan sin trabajo? Mi hija también me contó que los consultorios dejaron de atender hace semanas y que durante días vinieron a llevarse a los pacientes. Los trasladaron a otros hospitales. A mis hijas se les ocurrió ir a ver a un juez. No querían que me saquen de acá. Parece que el juez las escuchó porque mi hija me lo dijo el otro día. Dijo que había una orden de ese juez para que yo me quede en esta misma cama en la que ahora estoy. Quisiera poder levantarme aunque sea un día para recorrer los pasillos del hospital.

No puedo creer lo que escucho: que ya no hay nadie. Que soy la última paciente que queda internada en el Hospital Ferroviario de Buenos Aires y que apenas un grupo de médicos, técnicos y enfermeros todavía tienen su puesto de trabajo porque ese juez ordenó que yo, Adela Martínez, me quede acá. Gracias por todo, chicas, por tratarme como me trataron hasta hoy. Estoy, como dice siempre el doctor, «en coma irreversible», pero escucho y entiendo todo. No me gusta repetir esta palabra, aunque ustedes no la puedan escuchar: tristeza… Me dan mucha tristeza ustedes, que pierden su trabajo, me dan mucha tristeza mis hijas, que abandonaron a sus maridos y a sus hijos para estar acá, me da mucha tristeza este hospital, al que tanto le debe mi familia…

Dicen que no se muere de tristeza, pero les puedo asegurar que sí. Que mañana a la mañana el doctor les dirá a mis hijas que mi corazón dejó de funcionar y les va a explicar que por mi estado general era difícil revertir la situación. Ensayará, como para hacerla un poco más larga, algún tipo de explicación científica.  Es médico, está bien, y sabrá de lo suyo. Pero no entiende mi tristeza.

 

Gustavo Ciocci