Cinco anécdotas rockeras de Villa Gesell, en la Rolling Stone

El portal de la edición argentina publicó experiencias que tuvieron en nuestra ciudad Luis Alberto Spinetta, La Renga, Sumo, Los Tipitos y el Perro Serrano. Son extractos de distintos capítulos del libro “Historias de Villa Gesell”.

La Renga: A la gorra en Monte Bubi

Para muchos artistas de rock argentino, Gesell se convirtió en un lugar recurrido a partir del ejercicio profesional. A La Renga le sucedió lo contrario: descubrieron la Villa mucho antes que tener que rodarla como músicos. Llegaron como turistas gasoleros, de esos que ahorran unos pesos, arman el bolsito y se suben a un micro en Retiro. La comitiva, que paraba en carpa, estaba compuesta por amigos del barrio porteño de Mataderos y alrededores, entre los que estaban el Chizzo Nápoli, los hermanos Tete y Tanque Iglesias, futuros miembros de La Renga, y Gabriel Goncalvez, a la sazón, manager.

Años después de aquellas vacaciones en el camping Monte Bubi, La Renga volvió con toda su convocatoria a cuestas para tocar en el extenso predio del Autocine. Un show que Tete jamás olvidará. «Me mandé entre la gente, en esos momentos de euforia que uno tiene cuando está tocando, y después se me hizo imposible volver», explica el bajista. «Al principio iba corriendo solo porque a mi costado no había nadie, pero en un tiro me agarró uno y no me pude soltar más. Lo único que me importaba era aferrarme al bajo, porque en un momento sentí que me lo tironeaban, y terminé todo cortado por las cuerdas de acero, que se soltaron como látigos. ¡Después, me enteré que el que me lo estaba sacando era un asistente que me lo quería guardar para que no me lo robaran!», cuenta Tete. Mientras tanto, la banda seguía tocando: «Cada tanto, Tete hace algo así. ‘¿No suena el bajo?’, decimos. ‘Bueno, entonces sigamos. ¡Mala suerte’. Aunque esta vez tardó un poco más en aparecer, tal vez diez o quince minutos, pero después volvió y pudimos terminar nuestro mejor show en Gesell», agrega Chizzo.

 

Luca Prodan: «¡Ustedes son unos boluditos de mierda!»

Con la temporada casi encima, los propietarios del Balneario Charlie reciben la propuesta de un grupo musical de nombre curioso. El arreglo parecía convenirle a ambas partes: una serie de shows durante enero de 1984 a cambio de un dinero que le serviría a Sumo para costearse el alquiler, la comida y otros gastos esenciales.

Parecía un negocio redondo. Pero no. «El sonido del lugar era muy malo y los equipos parecían de juguete. Además, estaba lleno de gente muy ‘finoli’ que ni nos aplaudía. Luca se calentó y los empezó a putear. ‘¡Ustedes son unos boluditos de mierda!’, les decía. No se podía callar», evocó Alejandro Sokol, baterista de aquella experiencia. Como el balneario los quería despedir sin pagarles, negociaron seguir tocando por lo que les dejara la gorra. Pero no hubo caso: «Son muy pelotudos. ¡Parecen una propaganda de Coca-Cola!», les espetaba Luca Prodan a los quince tipos que miraban absortos. El trato fue disuelto de manera irrevocable a la tercera noche.

La experiencia fue catastrófica y el grupo estalló en mil pedazos. Sumo parecía al borde del abismo después de su primera salida de Buenos Aires, pero el tiempo recompuso nos ánimos y la banda se reformó con su alineación más recordada. Visto a la distancia, Daffunchio revaloriza aquella accidentada visita de verano: «Son las materias que se deben cursar en ‘la historias del rock’. Porque todos piensan que hay que grabar un disco y listo, pero es necesario capear las situaciones como vienen».

 

Luis Alberto Spinetta: El Capitán Beto sobre el cohete de Enjoy

Solo tres acontecimientos lograron cortar el tránsito en la Avenida 3 durante varios días: la peatonal de verano, los desfiles de la Fiesta de la Raza y la presencia de Luis Alberto Spinetta. Fue en 1987, cuando el cineasta geselino Fernando Spiner lo convenció de protagonizar un cortometraje rodado en la ciudad. El Flaco, que nunca había trabajado en ninguna ficción, aceptó el papel y se hizo cargo de la banda sonora sin cobrar un peso. Personificaba a Finney, a quién describió como «un tipo de 55 años, solitario, sórdido y silencioso que habita una ciudad desierta».

Aunque hay unas breves escenas en una zona de médanos del norte geselino, el relato transcurre mayormente entre la extinta casa de video juegos Enjoy y sus zonas adyacentes, lo cuál ameritó cerrar la Avenida 3 entre Paseos 104 y 105 durante todo el tiempo de rodaje.Balada para un Kaiser Carabela fue proyectada una sola vez en salas argentinas pero logró gran resonancia en Europa, donde fue comprada por Canal Plus de Francia y hasta ganó algunos festivales.

Convertida en un objeto de culto a partir de su nula circulación local, la película fue rescatada de los tiempos por INCAA TV, que la divulgó por su señal en homenaje a Spinetta. La nostalgia recorre las nervaduras de quiénes ven esa pieza de 20 minutos de duración y advierten como protagonista anónimo al cohete de Enjoy, aquella recordada estructura que irrumpía lateralmente sobre la Avenida 3 como un aguijón en los riñones del microcentro local, y que fue retirada en 2006 tras la eliminación de la denominada «cartelería bandera».

 

Jorge Serrano: Una fábrica de hits se instala en la Villa

Uno de los mejores recuerdos de su vida tienen fecha y lugar: enero de 1990 en la 106 y 3. «Estaba comiendo un panqueque en Carlitos y comienza a sonar «Loco (tu forma de ser)». Era la primera vez que escuchaba un tema nuestro en la radio. ¡Estaba solo y se me cerró el estómago de la emoción!», evoca Jorge Serrano en su casa actual, a pocas cuadras de aquel lugar. Desde 1998, el Perro y su familia decidieron mudarse a Gesell y ya nada los movió de ahí. A Buenos Aires sólo vuelve si tiene algún compromiso con los Auténticos Decadentes, aunque la banda también aprovechó su presencia para grabar algunos videos («La primera lejana» y «La fórmula» fueron rodados en playas geselinos) y también para descansar en verano.

«Desde que me vine a Gesell gané mucho tiempo en cantidad y en calidad. No atiendo el teléfono ni tengo vida social. ¡Ni siquiera voy al centro! Vine para aislarme y quedarme tranquilo. Estoy con mi familia y me encierro a hacer canciones, que eso lo hago acá y bárbaro», jura el músico, que en su nuevo destino no sólo compuso muchos de los últimas temas de los Decadentes, sino también todos los de Alamut, su primer álbum solista. «Mucha gente me pregunta si no me aburro. ¡Cómo me voy a aburrir, si es lo que me encanta! Cuando hace frío, hace frío en cualquier lado y te encerrás en tu casa, salvo que seas un cadete motoquero y tengas que salir a la calle» explica el Perro, mientras un sonido externo envuelve sus palabras. Es mar, distante a escasos metros, que parece darle la razón con el rumor de su oleaje.

 

Los Tipitos: De la peatonal al Luna Park

Todo comenzó en 1992, con un viaje multitudinario a un camping al extremo sur de la ciudad. Aunque lo había organizado una amiga en común, Raúl Rufino y Federico Bugallo no se conocían entre sí. La música los presentó, primero a través de acaloradas zapadas entre las carpas, y luego recorriendo juntos los 5 kilómetros que los separaban del centro geselino. Iban todas las noches que podían con sus guitarras a cuestas y un repertorio amplio y amigable. La aventura funcionó y se multiplicó: el verano siguiente volvieron junto al tecladista Walter Piancioli y a Nora Ferguson, una cantante que le puso nombre al proyecto. Tocaron como Los Panson en la 106 y 3, donde se hicieron amigos de un trío de mimos. Uno de ellos, Pablo Tévez, sería quién cerraría el círculo de Los Tipitos incorporándose como baterista.

A partir de ese entonces, el grupo tomó por propia aquella esquina de la peatonal geselina y convirtió sus presentaciones a la gorra en un clásico de cada temporada Las expediciones se hacían en un maltrecho colectivo que trasladaba a los músicos, sus asistentes, equipos, instrumentos y distintos elementos de supervivencia. Después de diez años ininterrumpidos, Los Tipitos alcanzó una inesperada popularidad y se hizo imposible seguir realizando esos shows íntimos y e informales. Gesell quedó como el bonito recuerdo de edades más inocentes y sólo en contadas ocasiones aceptaron ofrecimientos para volver a tocar en alguna sala del lugar originario. «No queremos ser parte del rebaño, porque nosotros tenemos otra historia con la ciudad. Preferiríamos siempre tocar en la peatonal bajo nuestras condiciones y a como dé lugar», coinciden Federico y Pablo, ahora que tocan en los escenarios con los que soñaban cuando pedían electricidad prestada a los comercios para tocar en la peatonal.

 

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