“El DJ no toca, sino que detona a la gente”

Pedro Leontjew es DJ desde la época en que el protagonista era la música que sonaba y no el tipo que la pasaba. Lejos de la disputa instalada por Pappo, el decano del rubro en Gesell repasa sus 35 años de trayectoria en la cabina.

Por Juan Ignacio Provéndola | Pocas situaciones lo pusieron tan a raya como aquel entredicho en el cual Pappo (a quién conoció en 1982) le sugirió a DJ Deró buscarse “un trabajo digno” mientras Nicolás Repetto se atragantaba en una edición del programa Sábado Bus que iba a entrar en la historia. “Como rockero que me considero, me divirtió la forma en la que se lo dijo, al mejor estilo Pappo, una interpretación explosiva pero para nada errada. Y como DJ también lo acepto, porque están equivocados todos los que dicen que “tocamos”. A lo sumo, tocamos a las chicas que se suben a la cabina, je”, defiende, mitad en serio y mitad más en serio (o mitad rockero y mitad disc jockey, como si hoy se trataran de intereses incompatibles).

Todos lo conocen como Pedro, a secas, porque su nombre, lleno de consonantes, es impronunciable: se escribe Leontjew, de acuerdo a una tradición heráldica que se remonta a los tiempos del zar Iván el Terrible, cinco siglos atrás, y que hoy lo encuentra como uno de los últimos varones vivos de una centenaria casta de guerreros rusos.

Pero más fácil resulta identificarlo por su trabajo: su música es la que climatiza las frías noches geselinas de los últimos 30 años, a partir de aquella experiencia en la pista de patinaje Roller Jail de 1980 que luego se extendió a bares, boliches, pubs, cumpleaños, casamientos, fiestas privadas y cualquier otro evento que convoque su orfebrería en sonidos, imágenes y sensaciones.

Su prominente melena (ahora recortada) y su pesado andar cargando bolsos con discos y DVDs por la calle presagian otra velada llena de sorpresas, combinaciones y aprendizajes para quienes lo cruzan avanzando hacia Jet Set, su nuevo emprendimiento en Paseo 115 y Playa. Un trabajo que aprendió en la época donde los disc jockeys aún preferían alimentar los gustos de la gente antes que sus egos personales. “El protagonismo actual de los Djs se debe también a las nuevas formas comerciales de manejar el baile y las pistas”, explica Pedro.“Antes, los boliches eran pequeños y con un alto nivel de selección. Hoy, en cambio, son gigantescos y hay que llenarlos, mientras que por otra parte la música electrónica se convirtió en una de las tantas tribus que les permiten a las personas desarrollar sus necesidades de pertenecer a algo”.

Entre sus referentes del rubro destaca a congéneres históricos como Rafael Sarmiento o el “Dippy” Daniel De Piero. También menciona a baluartes de generaciones posteriores como Fatboy Slim (“por su alegría contagiosa y su espíritu fiestero”) y el argentino Hernán Cattáneo, a quién recuerda haberlo visto y escuchado varias temporadas en la disco Sabash’. “Eso sí, la número uno de mi lista es Elisabet, mi mentora, mi espejo sónico y mi hermana”, aclara. Lala, como muchos la conocen, fue la primer disc jocketa del país, quién había aprendido el oficio en Ton-Ton Macoute (esa extraña mezcla de boliche, pub y complejo de tenis entre el Boulevard y la Av. Buenos Aires), antes de dar sus primeros pasos en Kubo’s, una disco que la familia Leontjew le puso a su niña prodigio en 103 y Playa entre 1967 y 1972. Luego desarrollaría una importante carrera como musicalizadora en boliches y radios porteñas como FM Del Plata y Rock and Pop. Y le transmitiría el berretín a su hermano menor, que hacía sus pininos en asaltos del colegio y fiestas privadas durante su adolescencia en Vicente López.

Junto a su familia, Pedro curtió Gesell como veraneante desde 1966, hasta sus padres compraron un departamento en 1980 y las experiencias se prolongaron más allá de las temporadas. Ese mismo año hizo su estreno en Roller Jail, donde ahora está el acceso a la Feria de los Artesanos de 3 y 104, a pocos metros de donde tres años después establecería el pub Jet Set, su primer emprendimiento comercial, a unas diez cuadras de donde ahora tiene el balneario con el mismo nombre. Allí ensayó el concepto de imagen y sonido en vivo que hoy desarrolla con tanto éxito en la Villa Gesell actual, aunque no con sofisticados reproductores de DVD sino con los viejos VHS.“Fui el primero que pasó VHS en Gesell, también el primer que utilizo un CD y un MiniDisc al aire en una radio geselina”, resalta.

Su manejo casi artesanal de las tecnologías le permitió también desgranar varios rebusques económicos. El primero de ellos lo desarrolló entre 1979 y 1982, tiempo en el que reconoce, entre risas, haber detentado “el monopolio de la música sobre los bares de la 3”. Todo comenzó cuando sus compañeros del colegio le pedían grabaciones de cassettes, tarea que lo encontraba encerrado los fines de semana seleccionando canciones y enganchándolas entre sí para que sonaran en continuado. Un gran recurso que luego ofreció, con notable éxito, a los comercios de la principal avenida geselina.“Así conocí a todos los comerciantes de esa época y aprendí a leer la noche, los gustos, las propuestas comerciales… y las actas policiales, ya que una vez me llevaron esposado con mi morral y 20 cassettes”, cuenta. “Tenía 18 años y casi me muero, pero me terminó largando el mismo comisario, que me conocía de cuando yo trabajaba como carpero y ayudante de guardavidas en el balneario Marli”.

Hoy, sin conflictos con la ley, asesora en instalaciones de equipos de sonido, mientras sostiene en simultánea un derrotero como disc jockey que lo llevó por todas las arenas posibles. “Desde casamientos de la alta sociedad hasta la inauguración de un diario en 1982, donde el orador principal fue Carlos Menem; también hice cumpleaños de 15… ¡hasta que descubrí que era más grande que los padres de la chica!”, justifica. Y agrega que el ex Gobernador bonaerense y vecino de la ciudad Carlos Ruckauf le solicitó en el boliche Cheyenne una selección a su medida mientras ejercía la Vicepresidencia de la Nación. “Los bares son más complicados que las discos porque hay que atender muchas variables. El lugar en donde más cómodo me sentí fue en las bailantas, ya que ahí la gente de devuelve la diversión al toque y el trabajo es más divertido”.

Existen infinitos artilugios para generar climas e imponer atmósferas con la música, como si se trataran de artesanos de lo etéreo capaces de componer universos abstraídos de lo que sucede de la mampara para afuera, tal como pueden dar fe quienes asisten a las memorables veladas que este muchacho reside en el actual Jet Set. “Sentido común, humildad, adueñarse de las emociones, jugársela y sentir lo que se está poniendo” enuncia Pedro, como quien revela sus principios elementales. “Antes de cada noche, pienso y escucho en mi cabeza lo que me gustaría poner, aunque sé cómo empiezo pero jamás donde termino. A veces, lo musicalmente correcto no va cuando perdés el wi-fi de la conexión con la gente, entonces tenés que tirar un caño para generar vértigo. No sirve una misa, tampoco la explosión interminable. Paso música al límite, no tengo red. Si algo falla, no es el fin del mundo. Hoy miro a Djs jóvenes que están encerrados en la tecnología y en sus rutinas y que no se la juegan, como si solo quisieran marcar tarjeta. Yo quiero detonar a la gente cada noche, romper la monotonía, que se sorprendan y se lleven para siempre el recuerdo del momento”.

A la hora de definir sus preferencias musicales, Pedro planta sus banderas sin titubeos.“El rock como estilo básico y el heavy metal viejo”, define. T puntualiza: “Judas Priest, Iron Maiden, Motörhead, Saxon, AC/DC, Deep Purple y, por supuesto, Kiss. También, los primeros discos de Queen y Los Beatles, y entre lo nuevo me quedo con Rammstein y Nightwish”. También menciona a a Pappo y a Freddie Mercury, en representación de esa especie de “héroes musicales que llenan un escenario con solo pararse delante de su público y a quienes me fascina verlos y escucharlos, ya que lo más lejos que llegué en mi experiencia como músico fue el toc-toc en segundo grado”.

Aunque también reconoce una gran simpatía por “la música con raíces e historia como la salsa, la cumbia y el meregue en sus versiones más puras”, fue en aquellos géneros anglosajones pesados donde desarrolló una fugaz pero imborrable tarea como manager frente al legendario grupo V8.

Pedro llegó al primer grupo de heavy metal argentino vinculado por dos amigos que frecuentaban el bar del barrio porteño de Saavedra donde él pasaba videos musicales durante 1982. El flamante representante emplazó una sala de ensayo con tratamiento acústico en su casa de familia y le gestionó al conjunto liderado por Ricardo Iorio la posibilidad de grabar el primer disco de su historia, hoy convertido en una pieza fundamental de la historia de la música en Argentina.

Horadado por las energías subvertidas de tiempos frenéticos en los que ninguno superaba los veintipico de años, el vínculo encontró final precoz tras la participación en el místico festival BA Rock 82 (organizado por la Revista Pelo), no sin antes dejar para la historia unas imágenes de culto que Pedro grabó en su filmadora y que probablemente formen parte de un próxima trabajo que está rumiando. Un laburo que, como cada noche que reside, estará lleno de sorpresas que no pasarán inadvertidas.