Luca Prodan en Gesell: “Ustedes son unos boluditos de mierda”
Verano de 1984: Sumo se lanza a su primera gira en la costa argentina y todo termina mal. A la vuelta de ese conflicto, la banda se reconfigura con la formación más célebre, aunque primero debieron pasar un verano extremo en Gesell.
Por Juan Ignacio Provéndola | Era la primera temporada en democracia después de siete veranos bajo la sombra de la última Dictadura. Las reuniones sociales, hasta ese entonces patrimonio exclusivo de actos oficiales, dejaban de ser comportamientos proscriptos y la costa atlántica se abrió a un enero de 1984 pletórico en espacios de expresión y demanda de estos espectáculos.
Un show de música por acá, un espectáculo humorístico por allá, una obra de teatro, un café concert, poco a poco todo local colgaba carteles ofreciendo —además de su carta gastronómica— alguna propuesta en vivo.
Con ese verano de 1984 casi encima, los propietarios del balneario Charlie, de Villa Gesell, reciben la propuesta de un grupo musical de nombre curioso. Se hacían llamar Sumo y bajaban desde Hurlingham con un long play editado por su propia cuenta en formato casete. La tapa era un blanco pleno, apenas interrumpido por su nombre: «Corpiños en la madrugada». Las canciones podían llamarse «White Trash», «Heroína» o «Fuck you», pero eso no convenía mostrarlo tanto.
Todavía no estaba Ricardo Mollo y Sumo tocaba a una guitarra, la de Germán Daffunchio. Completaban Luca Prodan, Diego Arnedo, Roberto Pettinato y Alejandro Sokol, en el que terminaría siendo su último mes como baterista de la banda.
El grupo quería hacer su primera experiencia de viaje, en este caso tomando Villa Gesell como base. Acaso una forma de compartir cierta convivencia impedida por la dispersión territorial de sus músicos (Traslasierra, Hurlingham, San Telmo). Durante ese mes de estadía se pretendía tocar donde fuera posible, incluso en las localidades balnearias cercanas.
En ese escenario, el arreglo inicial parecía convenirle a ambos: el balneario —en una ubicación céntrica y concurrida— se aseguraba un espectáculo en vivo fijo para todo el mes de enero, a la vez que la banda recibía el dinero necesario para costarse el alquiler e incluso la comida.
Un negocio redondo. O eso parecía: «El sonido del lugar era muy malo y los equipos parecían de juguete. Además, estaba lleno de gente muy ‘finoli’ que ni nos aplaudía. Luca se calentó y los empezó a putear. ‘¡Ustedes son unos boluditos de mierda!’, les decía. No se podía callar», evocó Alejandro Sokol, baterista de aquella experiencia.
El público eran quince tipos absortos entre cervezas, pizzas y milanesas. Los dueños de balneario, naturalmente, se indignaron. Hubo en la banda una reacción de cierto miedo: la rescisión de ese trato dejaba a Sumo literalmente en pelotas, con la temporada ya en marcha y todos los lugares organizados. Algunos músicos negociaron una segunda oportunidad. El dueño del lugar la concedió, aunque con una nueva condición: ya no tendrían asegurada la paga, así que la única forma que tendrían de recaudar dinero era pasando la gorra.
La noche siguiente, cuando vio que en la gorra visera no había una sola moneda, Luca tomó el micrófono y dijo a los gritos «Son muy pelotudos. ¡Parecen una propaganda de Coca-Cola!». Fue lo último que se supo de Sumo en el escenario del balneario Charlie.
«A partir de ahí fue una batalla total para buscar lugares donde tocar, porque teníamos que terminar de pagar la casa», dijo Germán Daffunchio. «Alquilamos un equipo de voces y fuimos a hacerles el sonido a amigos que estaban tocando por ahí. A veces iban Luca y Diego Arnedo, o Alejandro Sokol y yo. También tocamos en un montón de bares que ya ni existen. Me acuerdo de uno que estaba por la 3 y 145. ¡En la loma del orto de Gesell! Nuestro público eran cuatro parejas chapando o dos tipos agarrándose a navajazos por una minita», extiende Daffunchio, a propósito de aquel verano caliente. «Alquilamos una casa en 115 y 5 que tenía paredes de cartón y era un quilombo de gente. Nos cagábamos de hambre y a veces teníamos que robar comida de los supermercados».
La experiencia, finalmente, resultó tan catastrófica que ni bien regresaron a Hurlingham todos decidieron desentenderse de la banda: Sokol renunció, Daffunchio se recluyó en unas cabañas de la Patagonia y Prodan volvió a Roma, desde donde luego cruzó a Túnez. Después del viaje a Gesell, Sumo parecía un sueño sin retorno.
«Yo estaba podrido de los problemas de Luca con el alcohol y me fui a la mierda. Cuando volvió de su viaje por Europa, me llamó. ‘Dale, Germán, volvamos, no seas boludo’, me dijo. Cada vez que nos peleábamos había un período de silencio, porque los dos quedábamos re calientes y a veces terminábamos a las piñas. Pero hablamos de lo que pasó, nos arreglamos, y el grupo tomó otro curso», explica el guitarrista.
Efectivamente, tras la gira geselina, la banda estalló en mil pedazos y recompuso sus engranajes en frío, dando paso a la formación con la que Sumo escribiría sus páginas más célebres: Luca Prodan, Germán Daffunchio, Diego Arnedo, Roberto Pettinato y las incorporaciones del guitarrista Ricardo Mollo y el baterista Alberto «Superman» Troglio. Llegaron tiempos de popularidad, discos fundamentales («Divididos por la felicidad», «Llegando los monos» y «After chabón») y reseñas de leyenda. Un baño de oro propiciado por el cadalso de aquel verano fatal en la costa atlántica: «Son las materias que se deben cursar en ‘la historia del rock’. Porque todos piensan que hay que grabar un disco y listo, pero es necesario capear las situaciones como vienen», reflexiona Daffunchio con la parsimonia que da el tiempo.