“No existe un solo poeta que no haya escrito sobre el mar”

Aníbal Zaldívar vuelve por séptimo año consecutivo con su ya clásico ciclo de verano “La poesía y el mar”, en el cual sigue revisando y repasa textos y poetas de todos los tiempos que recibieron la inspiración de ese “cielo debajo del cielo”.

noticias@gesell.com.ar| Como todo poeta en ejercicio, Aníbal Zaldívar no es sólo escritor, sino también lector. Ambas actividades las desarrolla con idéntica pasión y el mar se configura como el horizonte de común deriva. Desde hace siete temporadas, mientras Villa Gesell se estremece entre los fragores de la actividad turística, Aníbal selecciona poesías de todo tiempo y lugar y las comparte en un concurrido ciclo de lectura que comenzó en El Ventanal y que ahora continúa en la segunda vivienda de Carlos Gesell, reconvertida en centro cultural.

El tema lo obsesiona desde hace, al menos, 30 años, cuando publicó en el semanario La Villa una serie de ensayos sobre la presencia del mar en la poesía universal. Como en aquel entonces, Virgilio, Borges, Alfonsina, Whitman y Neruda vuelven desde alguna parte con olor a sal marina entre sus labios.

“No creo que exista un poeta que no haya escrito sobre el mar, o no lo haya tomado como símbolo, metáfora o imagen”, apunta Aníbal. “En las charlas no se trata de repetir textos y explicarlos con erudición, sino de vibrar con la poesía. De abrir el corazón y la cabeza para escuchar hablar a los grandes poetas. El mar es una excusa para leerlos a ellos”. El ciclo “La poesía y el mar” se reactualiza este verano todos los sábados a partir de las 18.30 hs en el Chalet de Don Carlos.

–¿Por qué eligiste la poesía para redescubrir al mar y no alguna rama más convencional del conocimiento?

–Porque así funciona mi cabeza: de manera poética, no científica. No me inquietaban las cuestiones físicas de la naturaleza, pero sí las impresiones sensibles y emocionales que genera, y también su traslado a un lenguaje imaginativo. Y descubrir el misterio de la poesía y de su relación con el mar, ese elemento que nos acompaña desde que la humanidad existe, y que para nosotros es tan cercano y gravitante, pero no por eso menos misterioso. Desde Hesíodo y Homero hasta hoy, nadie supo explicar por qué funciona así, pero es una gran ambición del alma del poeta.

–En tu primera novela describís al pescador como un sujeto que, en el fondo, busca el pequeño consuelo de arrebatarle al mar una pizca de todo lo que éste le oculta. ¿Sucede lo mismo con la poesía?

–Para muchos poetas, el mar representa el todo, el cosmos entero. Del cual, por supuesto, somos apenas una partícula. O, dicho de otro modo: una gota en el océano. Ahí, entonces, se establece un diálogo en donde uno se hace preguntas y busca respuestas, como sucede en la vida cada día. Pero todo, en el fondo, se trata de una impresión humana: el mar se define a partir de la mirada que nosotros posamos sobre él.

–¿El principal encanto poético del mar es su misterio, entonces?

–No lo veo por ese lado. El mar siempre está ahí, pero a la vez cambia constantemente. Es eterno y a la vez joven. ¡Al revés de nosotros! Lo interesante, en todo caso, puede ser ese juego permanente de contrastes entre las condiciones del mar y las del hombre. Y, además, su carácter infinito, que siempre permitirá decir algo nuevo sobre él. En última instancia, el misterio del mar radica en la relación que mantiene con la poesía: creemos que descubrimos el mar, pero en realidad estamos redescubriendo la belleza de la poesía.


“No existe un solo poeta que no haya escrito sobre el mar”

Aníbal Zaldívar acaba de publicar “El mar en todo”, una antología con su obra poética específica del tema. Obsesivo del tema, señala: “No soy un simple contemplador del mar. Lo vivo enérgicamente desde chico”.

Por J.I.P. | Como un naufragio dramático o como un espacio de aventuras. Como metáfora del amor y del misterio. Como centro de la vida y confín de la muerte. Como el mismo origen de lo infinito. La poesía es menos precisa, pero mucho más profunda que la ciencia a la hora de describir el mar: ninguna expedición podrá sumergirse en sus misterios más que cualquier poeta. Aníbal Zaldívar comenzó a descubrir esto en la adolescencia, cuando su familia se mudó de Banfield a Gesell y el lejano rumor del mar acompasaba los poemas que su hermana recitaba a viva voz en la casa. Poco después, una amistad con Fernando Spiner, vecino en la incipiente Villa de los ’70, siguió abonando la línea: por un lado, leía los libros que tenían los padres de aquel (“Armando Tejada Gómez, José Pedroni y mucha poesía revolucionaria”), a la vez que encontraba en el futuro cineasta un compañero con quien nadar en el mar. Este ritual se mantuvo por décadas y el verano pasado filmaron algunas de esas entradas al Atlántico con el objetivo de realizar un trabajo audiovisual, que no será el primero en común: diez años antes hicieron Homenaje a los pioneros de Villa Gesell, un ciclo seriado que fue pasado en el canal local y, más adelante, en la TV Pública. El mar se revela tan inabarcable para el que lo tiene lejos como para el que lo tiene cerca: aun viviendo sobre él, siempre habrá una nueva forma de descubrirlo que invalidará todo conocimiento dado hasta ese entonces como definitivo.

“No soy un simple contemplador del mar. Lo vivo enérgicamente desde chico, como un vínculo de juego, lucha, placer y riesgos”, advierte Zaldívar, que también es un avanzado pescador. La intensidad de ese vínculo queda evidente en el título de su reciente libro, El mar en todo, antología de los veinte poemarios que editó domésticamente a partir de 1978. El trabajo, publicado por Ediciones del Dock, fue presentado en el Museo del Libro y de la Lengua y cuenta con prólogo de Guillermo Saccomanno. “Tenemos una relación de varios años. En invierno nos juntamos a comer y a tomar un vino en lo que él llama ‘Hecatombes’, como aquellos rituales de la Antigua Grecia”, explica Zaldívar, que también trabó vínculo con el otro escritor alistado en Gesell, Juan Forn, a quien llama “La saeta rubia”, producto de los encuentros futbolísticos que solían compartir. Ambas plumas, además, animan las páginas de El Fundador, semanario local que Zaldívar dirige desde su fundación. Muchos creen ver en este periódico al inspirador de El Vocero, diario manejado por Dante en el pueblo que Saccomanno diseñó para su novela Cámara Gesell. “Algunos amigos y conocidos piensan que ese periodista soy yo, pero creo que Dante es más interesante. No estilo andar por los bares tomando whisky y esas cosas, ja.”

Mientras divulga su antología, Zaldívar define los trazos de su próximo trabajo, alumbrado en “cuatro meses de inspiración arrebatada”. Se trata de 22 poemas largos reunidos bajo el deliberadamente irónico título de Coplas de orilla, en referencia a un breve formato que estas poesías exceden. “Hice unas copias para mostrarlo y recibí comentarios elogiosos de mucha gente. Hasta de Vargas Llosa: un amigo le llevó un borrador a España, lo leyó y dijo que le gustó”, cuenta el escritor, que tras este poemario volverá al formato de novela iniciado poco tiempo atrás con El rumor del agua, primer elemento de una trilogía en curso.

Como todo poeta en ejercicio, Zaldívar no es sólo escritor, sino también lector. Ambas actividades las desarrolla con idéntica pasión y, otra vez, el mar se configura como un horizonte de común deriva. Desde hace seis temporadas, mientras la Villa se estremece entre los fragores de la actividad turística, Aníbal selecciona poesías de todo tiempo y lugar y las comparte en un concurrido ciclo de lectura que comenzó en El Ventanal y que ahora continúa en la segunda vivienda de Carlos Gesell, reconvertida en centro cultural. El tema lo obsesiona desde hace, al menos, 30 años, cuando publicó en el semanario La Villa una serie de ensayos sobre la presencia del mar en la poesía universal. Como en aquel entonces, Virgilio, Borges, Alfonsina, Whitman y Neruda vuelven desde alguna parte con olor a sal marina entre sus labios: “No creo que exista un poeta que no haya escrito sobre el mar, o no lo haya tomado como símbolo, metáfora o imagen. En las charlas no se trata de repetir textos y explicarlos con erudición, sino de vibrar con la poesía. De abrir el corazón y la cabeza para escuchar hablar a los grandes poetas. El mar es una excusa para leerlos a ellos”.

–¿Por qué cree que eligió la poesía para redescubrir al mar y no alguna rama más convencional del conocimiento?

–Porque así funciona mi cabeza: de manera poética, no científica. No me inquietaban las cuestiones físicas de la naturaleza, pero sí las impresiones sensibles y emocionales que genera, y también su traslado a un lenguaje imaginativo. Y descubrir el misterio de la poesía y de su relación con el mar, ese elemento que nos acompaña desde que la humanidad existe, y que para nosotros es tan cercano y gravitante, pero no por eso menos misterioso. Desde Hesíodo y Homero hasta hoy, nadie supo explicar por qué funciona así, pero es una gran ambición del alma del poeta.

–En su primera novela describe al pescador como un sujeto que, en el fondo, busca el pequeño consuelo de arrebatarle al mar una pizca de todo lo que éste le oculta. ¿Sucede lo mismo con la poesía?

–Para muchos poetas, el mar representa el todo, el cosmos entero. Del cual, por supuesto, somos apenas una partícula. O, dicho de otro modo: una gota en el océano. Ahí, entonces, se establece un diálogo en donde uno se hace preguntas y busca respuestas, como sucede en la vida cada día. Pero todo, en el fondo, se trata de una impresión humana: el mar se define a partir de la mirada que nosotros posamos sobre él.

–¿El principal encanto poético del mar es su misterio, entonces?

–No lo veo por ese lado. El mar siempre está ahí, pero a la vez cambia constantemente. Es eterno y a la vez joven. ¡Al revés de nosotros! Lo interesante, en todo caso, puede ser ese juego permanente de contrastes entre las condiciones del mar y las del hombre. Y, además, su carácter infinito, que siempre permitirá decir algo nuevo sobre él. En última instancia, el misterio del mar radica en la relación que mantiene con la poesía: creemos que descubrimos el mar, pero en realidad estamos redescubriendo la belleza de la poesía.