UNCIPAR: lo corto y bueno, dos veces es bueno

Llega Semana Santa y, con ella, un clásico de las últimas tres décadas en nuestra ciudad: el festival Uncipar, evento de cortometrajes y cine independiente más importante del país.

No hay alfombras rojas ni estelas de perfumes caros. Tampoco competencias de sacos italianos y vestidos franceses. Ni flashes excesivos, movileros insoportables o especulaciones sobre los ternados y premiados. Y no hay lugar para discursos interminables. Al contrario: la extensión es pecado. Todo debe caber en, cuanto mucho, 30 minutos. Eso fue y es el festival que la Unión de Cineastas de Paso Reducido realiza desde 1979 en Villa Gesell durante el feriado pascual. Trinchera del cortometraje y de la producción independiente frente a la avanzada elefantiásica del cine comercial, el Uncipar (como se lo conoce coloquialmente) llega a una nueva edición, la número 36, con el mismo objetivo de siempre: reconfirmarse como espacio de resistencia cultural con su mística visceral e intimista, sincera pero intensa, sirviendo como canal de iniciación o de expresión en un formato que muchos utilizan como ensayo antes de abismarse a lenguajes más populares o técnicamente ambiciosos.

Por allí pasaron Tristán Bauer, Carlos Sorín, Alejandro Agresti, Jorge Polaco, Pablo César, Mario Levin, Roberto Cendereli o Adolfo Aristarain, sin olvidar a otros de corte más experimental como Claudio Caldini y Narcisa Hirsch. También Juan Taratuto, Adrián Caetano y el gesellino Fernando Spiner, cuya ópera prima Testigos en cadena fue premiada en 1984. Es el festival activo más viejo de su género en todo el país, y con el transcurso de los años fue incrementando su prestigio y su complejidad logística hasta convertirse en la usina técnica y creativa preferida por los especialistas de narraciones fílmicas en tiempos breves. No por nada muchos lo llaman “la Meca del cine joven”.

Como siempre, la acción transcurrirá en la Casa de la Cultura, modesta pero legendaria sala municipal alguna vez inaugurada y apadrinada por Pepe Soriano y Tita Merello (quien se recluyó largo rato en Gesell tras su retiro artístico). Recostado sobre la Avenida 3, casi llegando al Paseo 109, el auditorio se erigió a mediados de los ’80 sobre los restos del viejo Cine Quick con el objetivo de albergar expresiones artísticas que quedaban fuera del circuito de salas grandes, además de las numerosas obras locales producidas en los casi cien talleres que se dictan en las salas secundarias. Aunque nada le dio más sentido que el Uncipar, donde el olor a acetato se mezcla con el de butacas de otro siglo del mismo modo que lo hacen los realizadores con el público mientras, afuera, la ciudad es un hervidero de turistas que compran churros, se agolpan en el centro o le huyen al frío que decepciona a los que ilusamente viajan creyendo que la playa aún los espera con calores de un verano que ya no es.

Esta edición ofrecerá un total de 56 cortos (que van de los 3 a los 29 minutos), entre los 27 de la competencia nacional y los 29 de la internacional. Se trata, en su gran mayoría, de obras de ficción en clave de comedia, drama, terror o cine fantástico, aunque también hay documentales y animaciones. El jurado que calificará los cortos argentinos está integrado por el actor Jorge Román (protagonista de El Bonaerense), la realizadora Tamae Garateguy, los críticos de cine Marcos Vieytes y Hayrabet Alacahan y el periodista gesellino Eduardo Minervino. Por su parte, Emilio Gonzalo (representante del Festival de Soria, España), Mónica Lairana (actriz y directora, ganadora de Uncipar 2013 y Méliès 2013) y Alejandro Sammaritano (presidente de Cine Club Núcleo) darán cuenta de las obras extranjeras, procedentes de países como Irán, República Checa, Suiza, Cuba, Colombia, Rusia, Alemania, España y hasta la africana República de Mauricio.

Los premios no consisten en estatuillas bañadas en oro o en cheques millonarios, sino en plaquetas conmemorativas, diplomas y jornadas de utilización de cámaras, micrófonos y distinto equipamiento técnico. Los cortos nacionales, además, tienen el estímulo de competir para representar a Argentina en el Unica (Union Internationale du Cinéma et Video), el festival mundial más importante del cine no profesional, que se realiza ininterrumpidamente desde 1931 y que este año se desarrollará en agosto en Piestany, la principal ciudad balnearia de Eslovaquia. También se entregará el galardón Tato Miller a la mejor obra que destaque contenidos sociales y humanísticos, aunque la organización agregó a último momento el dato de que por primera vez en mucho tiempo no se pondrá en disputa el George Méliès, tradicional premio que desde 1983 propiciaba una especie de competencia paralela a películas de Sudamérica bajo un eje conceptual predefinido y que permitía al film ganador presentarse en un festival de cortos francés.

Además de las secciones competitivas habrá cuatro largometrajes invitados. Uno de ellos es Necrofobia, protagonizada por Luis Machín, Viviana Saccone, Gerardo Romano, Raúl Taibo, Julieta Cardinali y Hugo Aztar. Se trata de la primera película argentina de terror rodada íntegramente en 3D. “Presentar una película en Uncipar siempre me llenó de ilusión, porque es un festival al cual asistía en mi época de estudiante buscando poder entender el arte de contar historias. Me ayudó a crecer y hoy me ayuda a tener una perspectiva del camino recorrido”, dice Daniel de la Vega, su director. Las proyecciones comienzan hoy a las 15.30 y se extenderán hasta la noche. La actividad del viernes arrancará a las 11.30, y a las 10 las del sábado, día en el que se darán a conocer los ganadores y se volverán a proyectar esos cortos a partir de las 21.

Uncipar nació en 1972 a partir de la iniciativa de un grupo de creadores y amantes del cine que fundó una organización para exhibir películas marginadas del circuito comercial y dar a conocer la producción audiovisual de paso reducido (es decir, a aquella filmada con celuloide de Single 8, Súper 8 y 16 milímetros, entre otros). Comenzaron en el Teatro Florencio Sánchez de Boedo de manera entusiasta y artesanal: cada uno llevaba su proyector, montaba el Súper 8, explicaba de qué iba su película y la echaba a rodar. Siete años después, iniciaron su evento más emblemático, el festival que desde entonces se realizaba de manera ininterrumpida en Villa Gesell durante el feriado largo de Semana Santa.

El festival, inaugurado en plena dictadura militar, empezó a generar competencias entre las distintas escuelas de cine, quienes encontraron allí un canal de expresión inédito e impensado. De día, el jurado se encerraba en una habitación del hotel a mirar y evaluar las películas, que luego pasaban a la sala a medida que se iban liberando. Por eso se las llaman “Funciones paralelas”, que duraban hasta bien entrada la madrugada, siempre con la presencia de sus realizadores entre el público, respondiendo preguntas o instalando debates entre las luces de algunas lámparas y las penumbras de una sala que atesora historias viejas, frescas y vivas.