“Villa Gesell Rock&Roll” Lado B: Pedro Leontjew, de V8 a Jet Set
Lo prometido: Pulso Geselino publicará cinco capítulos adicionales sobre el libro que acaba de ser re-editado. El primero de ellos tiene que ver con el DJ decano de la ciudad, quien además fue manager del legendario grupo V8. El material será presentado este sábado en Jet Set Bar (3 y 102) junto a Pedro y el cierre acústico de Iván Pérez y Joaco Miracca.
En Villa Gesell lo conocen como Pedro, a secas, porque su apellido, lleno de consonantes, es impronunciable: se escribe Leontjew, de acuerdo a una tradición heráldica que se remonta a los tiempos del zar Iván el Terrible, cinco siglos atrás, y que hoy lo encuentra como uno de los últimos varones vivos de una centenaria casta de guerreros rusos. Empezó a pasar música en la pista de patinaje Roller Jail, en 3 y 104, y luego se extendió a bares, boliches, pubs, cumpleaños, casamientos, fiestas privadas y cualquier otro evento que convoque su orfebrería en sonidos, imágenes y sensaciones. Es el DJ pionero de la ciudad.
Lo que pocos saben (y nunca hubiesen imaginado) es, que antes de establecerse en Gesell, Pedro fue fundamental para el surgimiento de una banda emblemática del heavy metal argentino: V8. En 1982 aún vivía en Buenos Aires y conoció al grupo –entonces en formación- través de dos amigos que frecuentaban el bar del barrio de Saavedra donde pasaba videos musicales. Con mucha juventud, entusiasmo e inocencia, Leontjew experimentó por primera y única vez en su vida el rol de manager en V8, banda a la que manejó durante un breve tiempo pero generando hechos trascendentes.
Hasta ese entonces Ricardo Iorio venía probando con distintas formaciones, hasta que la aparición de Pedro aparejó una estabilidad beneficiosa para la banda: el manager acustizó su propia casa para que V8 tuviera un lugar digno y fijo de ensayos, el grupo se asentó y, casi al instante, apareció la posibilidad de grabar el primer demo, trampolín para “Luchando por el metal”, larga duración debut de 1983 y hoy pieza fundamental de la música popular argentina.
La “gestión Leontjew” incluyó también la oportunidad de tocar en el B.A.Rock ’82, festival que organizaba la revista Pelo y en el que V8 dejó para siempre una performance provocativa e incendiaria ante un público mayormente adverso. El registro de esa faena perdura en las cintas que filmó Pedro, quien además de pasar música y fungir de manager también desarrollaba producciones audiovisuales. En YouTube hay un video de casi media hora imperdible para cualquier fanático que se precie de tal.
Así como en Villa Gesell se conoce más su perfil como DJ que esta historia junto a V8, en los círculos de seguidores de la banda ocurre lo inverso: todo libro y película sobre el grupo destaca su aporte en aquella fugacidad tan alumbradora, aunque poco se cuenta de su decanato en Gesell pasando música con una impronta muy personal, casi de autor, eligiendo en base a lo que pide la noche pero también a sus gustos. A la hora de enumerarlos, no titubea: “El rock como estilo básico y el heavy metal viejo”, define. Y puntualiza: “Judas Priest, Iron Maiden, Motörhead, Saxon, AC/DC, Deep Purple y, por supuesto, Kiss. También, los primeros discos de Queen y Los Beatles, y entre lo nuevo me quedo con Rammstein y Nightwish”. Y destaca a Pappo y a Freddie Mercury en nombre de esa especie de “héroes musicales que llenan un escenario con solo pararse delante de su público, de esos que te fascina escucharlos pero también verlos”. Pero tampoco desdeña a la música popular: “Los bares son más complicados porque hay que atender muchas variables; el lugar donde más cómodo me sentí fue en las bailantas, ahí la gente te devuelve la diversión al toque y el trabajo fluye mejor”.
Pedro descubrió Gesell en 1966 como veraneante, con su familia, y desde entonces volvió sólo con el calor. Hasta que sus padres compraron un departamento en 1980 y analizó la posibilidad de quedarse. Ese año hizo su estreno en Roller Jail, donde ahora está el acceso a la feria de artesanos de la 104 y a pocos metros del pub Jet Set, su primer emprendimiento comercial, tres temporadas más tarde. Allí ensayó el concepto de imagen y sonido en vivo que hoy desarrolla con tanto éxito en la Villa Gesell actual, aunque no con sofisticados reproductores de DVD sino con los viejos VHS sobre teles de tubo.
Entre sus referentes del rubro destaca a congéneres como Rafael Sarmiento o el “Dippy” Daniel De Piero. También menciona a baluartes de generaciones posteriores como Fatboy Slim (“por su alegría contagiosa y su espíritu fiestero”) y el argentino Hernán Cattáneo, a quién recuerda haberlo visto y escuchado varias temporadas en la disco geselina Sabash’. “Eso sí, la número uno de mi lista es Elisabet, mi mentora, mi espejo sónico y mi hermana”, aclara. Lala Leontjew fue la primer disc jocketa del país. Había aprendido el oficio en Ton-Ton Macoute (esa extraña mezcla de boliche, pub y complejo de tenis entre el Boulevard y la Avenida Buenos Aires), antes de dar sus primeros pasos en Kubo’s, una disco que la familia Leontjew le puso a su niña prodigio en 103 y Playa entre 1967 y 1972. Luego desarrollaría una importante carrera como musicalizadora en boliches y radios porteñas como FM Del Plata y Rock and Pop. Y le transmitiría el berretín a su hermano menor, que hacía sus pininos en asaltos del colegio y fiestas privadas durante su adolescencia en Vicente López.
Su manejo casi artesanal de las tecnologías le permitió a Pedro expandirse a otras actividades comerciales en Gesell, siempre vinculadas a la divulgación de música. La primera de ellas la desarrolló entre 1979 y 1982, tiempo en el que reconoce entre risas haber detentado “el monopolio de la música sobre los bares de la 3”. Todo comenzó cuando sus compañeros del colegio le pedían grabaciones de cassettes, tarea que lo encontraba encerrado los fines de semana seleccionando canciones y enganchándolas entre sí para que sonaran en continuado. Un gran producto que inteligentemente empezó a ofrecer a los comercios de la principal avenida geselina, con notable éxito. “Así conocí a todos los comerciantes de esa época y aprendí a leer la noche, los gustos, las propuestas comerciales… y las actas policiales, ya que una vez me llevaron esposado con mi morral y 20 cassettes”, cuenta.
Pasar música no es joda, y mucho menos si es ante otras personas cuyo ánimo se verá influido por la selección del DJ. “Hay que tener sentido común y humildad”, explica Pedro, “aunque también tenés que jugártela, sentir lo que estás poniendo, adueñarte de las emociones”. Todavía hoy, después de tantos de bandeja y de rock, de bares y de conexión, jura que de cada noche sólo planea el inicio, jamás el final. “Hay cosas musicalmente correctas que te pueden garantizar lugares de previsibilidad, aunque a veces se cae el wifi con la gente y tenés que tirar un caño para generar vértigo. No sirve una misa, tampoco la explosión interminable. Yo solo quiero detonar a las personas cada noche, romper la monotonía, que se sorprendan y se lleven para siempre el recuerdo del momento”.